Un trío de pichones diminutos se esconde de la lluvia en las ramas, bajo dos metros de hojas en copa, como vientos, como espejos con un centenar de ojos buscando refugio. Contemplo esta imagen con ternura, congelada en el tiempo, como si mis lágrimas brotaran con intensidad incluso sin derramarse. Me conmueve la belleza de mis conjeturas, lo analítico de mis pensamientos. El reflejo huye de la ventana como de sí mismo.