He caído en un sueño tan profundo, un abismo temporal que devora la realidad en un parpadeo. De repente, una luz acaricia mi rostro, pero mi cuerpo, imperturbable, se ve iluminado por la presencia avasallante de figuras oscuras, llenándome de un terror que paraliza mi ser. Como si fuera un ser sin voluntad pero con ataduras, cuyo cerebro se encoge hasta olvidar las lágrimas derramadas horas atrás. Quien rompe el silencio de mi sueño vacío es R., pero mi atención es secuestrada por su compañero. El pánico se apodera de mí, pues mis párpados se resisten a abrirse, y aún no distingo entre la realidad y la fantasía. El hombre malo está aquí, el que ha acechado en las sombras de mis miedos. Comienza así una reconciliación sin palabras, una niña que será momentáneamente el objeto de afecto de una figura destinada a desaparecer en las sombras de un jardín siniestro.
Un millón de sesiones psicoanalíticas que solo han sido cuatro desde mi última incursión escrita, hace un mes. Conflictos internos aparecen, uno tras otro, sin encontrar soluciones inmediatas, y no sé si se desvanecerán fácilmente. Un desequilibrio que se gestó hace poco más de dos semanas. Nuevamente me refugio en la fantasía: la lectura, algún dios omnipotente, una red roja que cae desde mi frente y se despega, cayendo al suelo. Problemas evidentes con la comida, a veces con el exceso de sueño, ansiedad mental.
Se me presenta la imagen de P., distante y ya irrecuperable. Me pregunto por qué me alejé de él, mientras, como banda sonora, resuena "Vos también estabas verde" de Charly García. El tiempo, caprichoso, ha obrado cambios en múltiples dimensiones. En este instante, anhelo sumergirme en P., masticar su cuello y su rostro esculpido por los dioses, saborear su pelo, ser una especie de super-mujer con sus brazos, capaz de romper las paredes con furia.
He salido al mundo y he disfrutado, claro, antes del suceso del sábado. La aparición de un hombre sin rostro pero con voz, un intercambio de energías malignas, un revólver en su sien imaginaria y el mundo llamándome desesperadamente para enfrentarlo.
Cuando ni la música ni los libros pueden cumplir su propósito, pienso en L. Me sumerjo en su feminidad, su dulzura, su risa y su afecto inigualable. Sé que mi barco no volverá a encallar en su cuerpo, y sin embargo...