viernes, octubre 27, 2023

Después de la sesión con A., me sumergí en reflexiones sobre el juego y la literatura, dos refugios que siempre parecen aguardarme con paciencia. Fue mi psicoanalista quien, con su sabiduría, sugirió que podría hallar consuelo entre las páginas de libros en una librería o al observar a los niños mientras se entregan al juego en la plaza; fuentes de bienestar y evasión en mi vida.
Una sonrisa ilumina mi rostro cuando recuerdo las conversaciones y los momentos de juego compartidos con seres pequeños, pero sorprendentemente inteligentes. La expectativa de regresar a ese entorno llena mi corazón de anticipada alegría.
Además, A. enumeró con aprecio mis logros, marcando el camino que he recorrido. Esto incluye la reducción de la ansiedad que amenazaba con asfixiarme. Concluyo proyectos de la misma manera en que el año llega a su fin, y mi próximo viaje se perfila en el horizonte. Comienzo a considerar la importancia de descansar, de permitirme un merecido respiro para recargar energías.
De pronto, me encuentro con un niño, su sonrisa radiante, pero su mirada cansada y el hambre marcando su rostro. Lo contemplo con un cariño que no precisa de palabras. Mi tono de voz se suaviza cuando hablo con él, y toda mi ternura fluye a través del aire. En ese instante, me invadió un anhelo profundo de ser madre, de criar a alguien con el amor que rebosa en mi interior.
O, en otra variante de mi anhelo, deseo conocer a una mujer y amarla, sabiendo que podría ser cualquier mujer que cruce mi camino. Lo esencial es que sea una mujer, y no me importa si ese amor no es correspondido.