Después de un largo período, me hundí en el reconfortante abrazo del alcohol. Las lágrimas surcaban mis mejillas mientras la voz melancólica de Fabiana Cantilo entonaba: "Me gustan los problemas, no existe otra explicación. Esta sí es una dulce condena". Como si describiera con precisión mi patética existencia. Fue una experiencia abrumadora y dolorosa, una mezcla de asco y hambre, como si buscara respuestas en el fondo de una botella. Me sumí en un estado de quietud, mientras un profundo anhelo de sueño me invadía, como una vía de escape de la opresiva realidad. Y en esa huida, el amargo sabor del horror y la violencia dejaron su huella en mi boca, como si de manera inconsciente anhelara adentrarme en otro abismo de sufrimiento, quizá para amortiguar la herida que dejó la partida de P.
Cada sorbo se convertía en un intento desesperado de encontrar consuelo en los rincones más oscuros de mi mente. Sentía una mezcla de vergüenza y absurdo por haber creído que P. podría ver mi alma más allá de mi cuerpo, que sus palabras escondieran un significado más profundo. Pero, una vez más, la cruda realidad se impuso, dejándome claro cuán insignificante soy para él.
La obligación se convirtió en mi excusa para evadir la comida, y me sumergí en la rutina como refugio para mantenerme ocupada y alejar la tristeza. Pronto, seré una pasajera en trance. Charly García me transporta al mundo de "Fantasy" y por un breve instante, mi pena se desvanece.