sábado, octubre 21, 2023

En medio de la oscura madrugada, un estridente maullido rompió la quietud con la intensidad de un grito angustiado. Su sonido penetrante pareció romper un zócalo invisible, fragmentándolo en mil pedazos a medida que resonaba, dejándome inquieta y llena de una extraña aprensión. La ciudad yacía sumida en un sueño profundo, ajena a esta sinfonía de desconcierto, mientras mi mente, errante y curiosa, se aventuraba en los misterios insondables de la noche, como una viajera solitaria en un universo paralelo. 
En medio de esta penumbra, esa sensación de vulnerabilidad se intensificó. Un miedo latente, una sombra que se retorcía en mi interior, estaba entrelazado con el recuerdo del hombre malo. Los susurros de antiguos temores se enredaban con la oscuridad de la madrugada, dejándome inquieta y haciéndome cuestionar si algún día podría liberarme de esta pesadilla interna.
El encuentro con R., aunque acompañado de un compañero humano, fue un viaje hacia mi propio abismo. Las elucubraciones y explicaciones sobre mi agotamiento crónico dejaron al descubierto una debilidad interna. Las palabras de R., combinadas con las reflexiones de mi psicoanalista sobre mi tendencia a refugiarme en la fantasía como vía de escape de la dura realidad, abrieron una compuerta de pensamientos incógnitos. Me vi inmersa en una pregunta inquietante: ¿podría mi profundo letargo durante el sueño ser una manifestación de esta necesidad de buscar refugio en el mundo onírico, una evasión del áspero roce con la realidad?
Caminando por las calles transitadas de la ciudad, una extraña sensación de disociación me envolvió. Me sentía como si mi existencia se hubiera desconectado del mundo que me rodeaba, como si fuera una observadora ajena, un ser etéreo flotando entre las voces y detalles de una realidad que sentía cada vez más distante. Fue entonces que la música se convirtió en mi inesperada compañera de viaje. Los acordes de Charly García resonaron en el aire, interpretando "Pasajera en Trance". Me atreví a cambiar la letra: "un desamor real es como vivir y estar dormido". Pero el contraste no tardó en llegar. La voz melódica del Flaco Spinetta llegó como un susurro con su canción "Ana no duerme", una balada que me invitó a explorar las sombras de mi propio insomnio, como si mi mente estuviera dispuesta a adentrarse en un mundo de dualidades y contradicciones.
Mientras un pájaro, con su figura inerte y desgarrada, yacía en el centro de la solitaria avenida, su presencia inexpresiva se fundía con mi propio estado de ánimo. En esa escena, encontraba un reflejo de mi alma, fragmentada y perdida en un mundo que parecía ajeno. El cielo que se alzaba sobre la avenida compartía esta misma inexpresividad, sin definirse en tonos oscuros, grises, o roturas de tormentas. Era un cielo atrapado en un eterno estado de transición. En medio de esa contemplación melancólica, recuerdos leves de mi niñez emergían en mi mente, como destellos fugaces en la oscuridad de mis pensamientos. Aquellos momentos de la infancia se alzaban como un recordatorio de un yo anterior, que alguna vez fue completo y sin fragmentos, antes de que la vida y sus misterios me dividieran en pedazos irreconocibles.