martes, octubre 24, 2023

Una habitación que pronto oscurece, mientras mi mirada se detiene en las palabras de Pizarnik: "Haz un dibujo, haz un poema, que diga rápidamente, con urgencia, que no te quiere, que más aún: le eres indiferente, que tal vez te desprecia o ni siquiera eso; que lo molestas."
El viento acaricia mi piel con un dejo de enojo, y mis ojos se posan en un punto fijo como si imploraran disculpas al universo. La tarde se desliza lentamente hacia la penumbra, y siento cómo me sumerjo en las sombras, arrastrada por la corriente de un tiempo que se escurre inexorablemente. 
A pesar de estar presente en cuerpo, me siento como si estuviera atrapada en un rincón oscuro de mi propia mente, como si existiera en los intersticios entre lo tangible y lo etéreo.
De repente, la puerta se abre, y una luz artificial inunda la habitación. Sonrío con una cortesía forzada, como si mi ser estuviera oculto tras una máscara que se adapta a los protocolos sociales, mientras mi cuerpo, exhausto y pesado, anhela la comodidad de la cama. Mis manos, frágiles y pálidas, parecen pertenecer a un mundo paralelo, y me pregunto si la sombra de quien solía ser todavía ronda por aquí, invisible pero presente. Si tan solo pudiera ser visible, quizás encontraría refugio en un abrazo cálido en lugar de la perenne soledad que me envuelve. 
En mi ropa, una línea fina de líquido rosa se expande lentamente, como un amanecer velado por una ruptura en el cielo. Esta mancha es un reflejo de mi alma fragmentada, un espejo de mis propias heridas que busco en vano esconder. Observo las nubes cambiantes en el cielo, esperando que revelen respuestas a preguntas que ni siquiera sé cómo formular.
El viento apenas susurra, y las hojas de los árboles permanecen inmóviles en el horizonte. El mundo exterior parece ser una pintura estática, un lienzo de indiferencia donde la vida fluye sin mí, como si yo fuera una espectadora solitaria en un teatro abandonado.
Un pájaro, torpe en su vuelo, cruza fugazmente el espacio, perturbando el paisaje que nada me inspira. Mi mente es un torbellino de pensamientos ansiosos que reposan sobre la almohada, y mi exhalación momentáneamente restaura la calma después de tachar otro pendiente de la interminable lista que gobierna mi existencia. El día avanza rápidamente, y apenas puedo percibir su paso, como si estuviera atrapada en una constante disonancia temporal.
Resurge un pensamiento recurrente que me atormenta en estos días, acerca de cuán inadecuada me he sentido a lo largo de toda mi vida. A veces, logro forjar vínculos con las personas, hacer que se acerquen a mí, pero inevitablemente, el fracaso, el desapego y la sensación de ser una forastera en mi propio mundo se interponen. Mi alma es un rompecabezas de piezas dispersas, una perpetua confusión que no logro resolver. 
Al parecer, mi lema invisible ha sido el sentirme prisionera de mí misma, sin hallar el refugio de la pertenencia, a pesar de ser consciente de la abismal diferencia, la distancia y la desconfianza que me separan del mundo. Vivo en las sombras de mi propia existencia, como un espectro en busca de un sentido que se escapa entre mis dedos.