lunes, octubre 09, 2023

L. dice que me necesita, a pesar de que hace tres meses me alejé de su vida. La culpa me abraza con sus garras afiladas, y las lágrimas brotan en silencio, tejiendo un oscuro manto de despedida. Mi cobardía me sume en la negrura, impidiéndome revelar el amor que siento por P., una pasión que me consume como un fuego voraz.
La raíz de mi decisión de apartarme yace en mi conflicto interno, un laberinto de emociones inextricables. Era injusto para ambos continuar una relación mientras mis sentimientos se dividían entre dos personas. 
La noticia del beso de L. con otra mujer cae sobre mí como un aguacero de dagas, llenándome de un egoísmo oscuro al imaginar sus cuerpos femeninos tan próximos, como si una parte de mí se estremeciera ante ese espectáculo prohibido. Anhelo haber sido yo quien lo besara, y la idea de ser testigo de ese instante me excita de una manera que me aterra.
Siempre he tenido la tendencia a huir de las tormentas emocionales, a buscar refugio en el anonimato de la distancia y el silencio cuando los vientos de la pasión y el deseo soplan con demasiada fuerza. Esta huida es mi forma de protegerme, de resguardar mi vulnerabilidad donde solo yo puedo acceder. Pero esta vez, como en tantas otras, mi escapada se siente como una forma de eludir el enfrentamiento directo con mis propios sentimientos y deseos, que arden como llamas descontroladas dentro de mí.
Aunque desee con fervor mis labios, no puedo evitar mantenerme en silencio. Mi corazón late al ritmo de P., anhelando sus besos y la cercanía de su cuerpo. Las palabras de L. perforan mi alma con crueldad, un recordatorio implacable de mi propia huida.
Hablo de libertad y le digo a L. que no quiero mantenerlo prisionero a mi lado, pero en realidad, soy yo quien se encuentra atrapada en las cadenas de mi amor por P. Mi deseo más profundo es brindarle a L. la oportunidad de encontrar a alguien que pueda corresponder plenamente a sus sentimientos, liberándolo de una relación donde mi corazón no puede entregarse por completo.