jueves, octubre 19, 2023

Al inicio de la sesión psicoanalítica con A., no pude evitar arrojar la despedida de P. sobre la mesa, impulsada por una ansiedad incontrolable. Afirmó que él no quiere estar conmigo, y en esta ocasión, su comentario no me pareció cruel, pues es una verdad que yo también reconozco. No deseo estar con él, sino con mi propia imposibilidad, un lazo que me ata a la angustia de no poder alcanzar lo que ansío.
Apenas transcurrió un instante antes de que A. me cuestionara acerca de si había salido de mi casa y por qué el mundo exterior me resulta tan hostil. Mis respuestas fueron negativas, y mi incapacidad para comprender mi temor se hizo evidente. La raíz de mi trauma no se remonta a los últimos años; es un espectro que persiste desde mi infancia, marcando cada uno de mis movimientos y decisiones.
Un silencio interminable colmó la habitación cuando A. preguntó sobre la figura de mi madre. Aunque me proporcionó ejemplos para describirla, no pude encontrar palabras adecuadas. Culpar a mi hermetismo fue la vía que elegí para definir nuestra relación, evitando responsabilizarla.
A., continuó indagando sobre las conductas de mi padre, y nuevamente mi respuesta fue negativa. A pesar de sus momentos de retraimiento, lo describí como un "señor" sociable, como lo llama ella. El gran temor a pronunciar una sola palabra acerca de lo que ha ocurrido a lo largo de todos estos años se basa en mi sensación de debilidad. Aunque A. me asegura que él no puede dañarme, incluso si es físicamente más fuerte que yo, no puedo superar mi miedo hacia él.
Mi temor no reside en el mundo exterior, sino en mi padre. Deseaba con todas mis fuerzas dejar de vivir con él, ya que su sola presencia me atemorizaba. Escuchar sus pasos durante la noche era anticipar una amenaza, y un gran terror me invadía. Los gritos de un niño, el peso de un cuerpo y una herida eterna que nos acompañará, todo debido al hombre malo.
Siento un profundo sentimiento de inferioridad que precede a mi incapacidad para relacionarme con los demás. Solo ante un hombre puedo mostrarme vulnerable, un hombre que amo. Este encierro oprimió mi vientre como el puño de un luchador grande y violento.
No puedo enfrentar al mundo ni a la masculinidad de H. Me siento tan pequeña e inútil que la vergüenza me consume y me hace llorar. Abandonar la idea de que él me hará daño es un proceso difícil. Él, o la idea de un monstruo, son indistinguibles de cualquier hombre en mi mente. Siento que podría haber un villano en cada esquina, listo para lastimarme, y yo no podría hacer nada más que abandonarme ante la idea de sufrir otro abuso.
Él no ha muerto en mi interior, sus ojos me miran con odio y me da miedo. Lo que ha fallecido es mi concepción de un hombre bueno, un padre protector frente a los peligros. Me vi forzada a protegerme bajo las sábanas del horror, haciendo todo lo que estaba a mi alcance debido a un padre sordo y una madre ciega. No deseo que ninguno de los dos vuelva a darme un beso de buenas noches; no quiero más noches tristes en mi vida.