P., con treinta y cuatro años de edad, y yo, apenas con veintitrés, nos encontramos en un punto donde mis emociones se entrelazaron con la magia de su música, hace ya más de un año y medio.
Nuestras conversaciones fluyeron y, al mes siguiente, fui a verlo tocar. Su encanto dejó una impresión indeleble en mí.
A medida que el tiempo pasaba, nuestras idas y venidas se multiplicaban, y mis sentimientos crecían mientras las barreras entre nosotros se fortalecían. A pesar de ser consciente de que me rechazaría, me atreví a preguntarle si podía besarlo, a lo que él respondió con una negación amable.
Me hirió verlo con otra mujer y, posteriormente, enterarme de su relación monógama con otra persona. Aunque intenté alejarme, mi amor por él permaneció inquebrantable.
La última vez que lo vi fue a finales de junio. Sonrío al recordarlo. Fue una mirada, un gesto. Nos dedicamos una canción de despedida.
Al retomar el contacto, le confesé mis fantasías y él dijo que podría escribir un libro sobre ellas, lo cual me avergonzó.
El jueves pasado, le expliqué el motivo de mi alejamiento en palabras de Pizarnik: "No sé si lo amo. Pero sólo pienso en él. Los demás son figurillas, fotografías; nadie, fuera de él, se introduce en mi alma".
Sí, estoy enamorada de P. Aunque S., J., A. y L. cruzaron brevemente mi camino, ninguno logró conmover mi alma como él.
En los restos de sueños me encontraba escribiendo sobre él, pero de repente descubrí una sonda alojada en mi brazo izquierdo. A través de esta sonda, fluía la sangre roja, apasionada; la sangre azul, teñida de tristeza y melancolía; y la sangre verde, en la que la dualidad se entrelazaba en un equilibrio frágil. Fue entonces cuando hice un chiste relacionado con el disco "Artaud" de Spinetta.
Durante el día, resoné con la canción "Superstición", que dice: "Siempre desear, nunca tener. Eso es lo que mata tu amor. Lo mismo da morir y amar". La eterna paradoja de desear intensamente a P. pero nunca alcanzarlo parecía encarnarse en estas palabras.
Al indagar en mi dolor, mi psicoanalista hizo una pregunta que negué rotundamente: "¿Qué es lo que te duele, querer intimar y no poder?". En ese momento pensé que era una locura, que no me dolería eso, que no era un motivo suficientemente grande para causar tanto sufrimiento. Sin embargo, comprendí que la situación era más compleja de lo que inicialmente pude admitir. Ahora, reconozco que mis sentimientos son profundos y que mi anhelo de estar con P. va más allá de lo físico.