Frente a mi ventana abierta, un sinfín de cubículos transparentes se despliegan, como una vista a un mundo ajeno. Observo la imagen de dos mujeres enmarcada en la penumbra, como un cuadro de sombras y secretos. Los murmullos de la gente lejana llegan a mí como susurros inquietantes que penetran mi conciencia. Una sensación de vulnerabilidad se apodera de mi ser; siento que me descubren, y una oleada de represión me sumerge en la inquietud. Es como si el mundo entero se horrorizara ante la manifestación de mi propia sexualidad, y yo misma, presa del miedo, me aterrara ante la idea de ser vulnerable.
Despierto a mitad de la noche debido a los maullidos enérgicos de gatos en una feroz disputa territorial. La pelea, un reflejo de la agitación de mis pensamientos internos, me atrae hacia la ventana. A través de la cortina entreabierta, observo la silueta fugaz de estos felinos que, como sombras en la noche, representan una danza de instintos primitivos. Mi mirada se eleva más allá de los tejados y ahí, en medio de la negrura, se revela un agujero inesperado, un portal de un rosa irreal en el cielo. Las visiones de la realidad y lo onírico se entremezclan en este instante.
Me encuentro en una fiesta, un punto de luz en medio de la nada. Me acompaña una mujer, mientras algunos hombres yacen sobre el piso del lugar, como si fueran sombras desvaneciéndose. Un sendero oscuro se despliega ante mí, y un pánico desgarrador me envuelve; temo no poder regresar a casa desde este lugar aislado. Mientras la oscuridad amenaza con devorarme, recibo un mensaje de mi madre, pero la incertidumbre me impide responder, ya que no tengo idea de dónde me encuentro. De repente, voces indistinguibles resuenan a lo lejos, y un camino de árboles se despliega ante mí. Agarro un balde y recojo algunas hojas, pero un niño, más fuerte que yo, se acerca y me lo arrebata. Luego, con un gesto brusco, vuelca el contenido del balde sobre mi cabeza. Me veo a mí misma arrastrándome por el suelo, y alentando a la mujer que me acompaña. Ella me dice que esta carga, este peso, es como un embarazo, y lo siento de igual manera, como si llevara el peso de un mundo en mi interior.
El escenario cambia, y de repente, me encuentro en Dallas, una tierra distante. Una mujer sufre en una sala de parto, mientras yo me detengo a observar las imágenes de una joven pareja homosexual que cuelgan de la pared, como si fueran destellos de una realidad ajena. La ansiedad me envuelve y confunde, y siento una pesadez que se apodera de cada rincón interno de mi rostro, como si el peso de esos sueños yuxtapuestos se hubiera materializado en mí. En medio de esta confusión, mi mente se sumerge en el abismo de la inconsciencia, explorando los rincones más oscuros de la psique.