Bajo mi piel, como un intruso inquieto que teje senderos sinuosos de ansiedad, un ciempiés avanza, despertando emociones que se retuercen en mi interior. En ese rincón de la noche, mientras Harry Styles entona la melancólica "Sign of the Times", mi mente se adentra en la creación, donde las sombras de mis pensamientos se enredan en su propio caos.
En el horizonte distante, una antorcha singular emerge, su luz naranja fluorescente atrapa mi atención y me sumerge en un trance mental. Es como si esa llama titilante fuese una puerta al pasado, una llamada desde la memoria que yacía oculta, olvidada por el tiempo.
Me encuentro atrapada en un túnel de oscuridad profunda, donde imagino a otro ser humano, también buscando su camino en medio de la negrura, enfrentando un río de incertidumbre que fluye a sus pies. La distancia insalvable nos separa.
La impotencia se cierne sobre mí. Mis intentos de hacer señas resultan en vano, pues la distancia se encarga de convertirlos en meros gestos inútiles. Una cinta invisible oprime mi boca, dejándome sin voz, incapaz de expresar mi angustia. Mis pies, por su parte, parecen atados a pesadas cargas, como si cadenas me impidieran avanzar.
En medio de este desasosiego, la certeza de mi soledad se hace cada vez más palpable, como un abismo que se ensancha. Me pregunto si, en última instancia, la única salida será dejarme llevar por la corriente que me arrastra hacia lo desconocido, sin esperar que alguien llegue a rescatarme.