jueves, mayo 30, 2024

El fin ha llegado hoy, miércoles veintinueve de mayo. He perdido mi identidad. Deseo arrancarme la piel del rostro, morder violentamente mis brazos, despojarme de la vestimenta y abandonarme al llanto sucio mientras grito desesperada. Me doy asco. Me odio, odio cada parte de mi cuerpo frágil e infantil. Me apuñalo imaginariamente y mi respiración se entrecorta. Mis ojos se niegan a las luces, mi audición se resiste a las voces. No puedo verme, no soporto sentirme desfigurada. La agresividad se apodera de mi mente, mi torso está cubierto de sangre. Mis manos me arañan, me arrastran hacia un agujero que no es más que el vacío de mi alma destrozada. El fin ha llegado hoy, luego de veinte horas de discusiones en diez días. 
¿Qué pasó desde mi última incursión escrita? Hace quince días tuve sexo con P. Nos desnudamos con ternura y nos entregamos apasionadamente. Creí que me golpearía con su mirada animal, con su impulso casi instintivo. De pronto se volvió lingüísticamente tierno, táctilmente suave. Su rostro adormecido permanece en mi memoria, su cuerpo desnudo bajo el agua y tras un cristal. Su figura era fascinante: sus piernas y sus pies delicados, su torso varonil, su cuello y sus hombros receptores de mis besos al igual que sus brazos, su dedo índice derecho succionado sutilmente por mi boca. Una erección con final fallido y doloroso, un orgasmo que no llegó a ser. Horas lamentablemente finitas, como lo nuestro. ¿Acaso lo besé por última vez sin saberlo?
Todo comenzó debido a sus expresiones sobre otras mujeres. A mí me llamó "puta" y "rompe hogares". Días después manifesté mi deseo de estar junto a él, y ese fue el principio del fin. Nunca estará conmigo ni me será fiel, aún está enamorado de su mujer. En medio, aparecieron S. y A., exponiéndose deseosos pero siendo rechazados por mí y confesados a P. Han sido diez días duros. Creí que todo cesaría el viernes, día en que saludé a P. por su trigésimo quinto cumpleaños, quizá el único en que no necesitamos del silencio para no lastimarnos. Nos hemos dicho que nos queríamos mucho, al parecer no lo suficiente para mantenernos cerca. Nos hicimos daño mutuamente, pero me bajé del ring victoriosa. Me culpo y me castigo, como él con su silencio indiferente.
Escribo, pues ahora puedo respirar y mis lágrimas se han secado. Escribo el nudo con la esperanza de encontrar un desenlace menos trágico, más afectuoso. La noche culmina, mas el vacío estomacal persiste. Sólo se nutre mi cerebro de pensamientos tristes y catastrofistas, con la creencia de que me liberaré el viernes en la sesión con A. En quince días será mi cumpleaños número veinticuatro, me pregunto cómo llegaré anímicamente a aquel día. Espero sanarme como un enfermo sin cura, atado de pies y manos recibiendo una inyección letal. No importa cuán oscura se haya presentado esta noche, el vacío emocional no terminó conmigo. Nuevamente, la escritura se presenta como un refugio desde el que observo las tinieblas, como si no estuviera cegada y abrazada por ellas.