Me alejo de P., pues su indiferencia me lastima. En cambio, reaparece S., manifestando su deseo de verme. Lo ignoro, ¿por qué no puede ser ÉL quien me trate afectuosamente? ¿Por qué mi anhelo por ser escuchada en medio de las tormentas? Y no hablo de A., sino de P.
La angustia se cierne sobre mí en la oscuridad y el silencio. La imagen de C. desangrándose viene a mi mente una y otra vez. Me acecha un temor profundo e intenso a la muerte. Recuerdo cuando hace algunos años, C. me dijo que no desperdiciara mi vida. Soñé con un niñito adorable.
Despierto exaltada, con palabras de P., la voz de L. y un encuentro propuesto por D. Comienzo a desesperarme, pues no sé qué decir. Ni siquiera sé cómo juntaré fuerzas para enfrentarme a esa situación.
Entre lágrimas, pienso que lo único que me consuela es la idea de desahogarme con A. mañana. Esta semana, todas mis preocupaciones y temores me han debilitado, empujándome a iniciar la ingesta de vitaminas. Otro día sombrío.