La soledad sostiene un yoyo. Mi vida pende de un hilo. Me mece (sic) desde un acantilado hacia arriba y abajo. Se ríe. Juega como-con la niña que fui. El vértigo antes de saber que no me soltará. Mi plástico está desgastado. Qué hay dentro más que un hueco -un hueco en mi alma-. Siento que su palma me roza o me golpea o es suave o duele. Siento que no siento por el movimiento, por la adrenalina. Estoy viva o soy sólo producto de un sueño infantil, mío o de una niña que soñaba con ser mi madre. Mis piernas se balancean como si estuviera en una hamaca y no en la cornisa de un precipicio. Quién soy: la niña o la soledad. Dónde estoy. Qué sostengo, qué me sostiene. Qué será de la vida de la muerte. Qué observo: el líquido amniótico o el agua. Existo, pregunto, existirá otro tiempo que no sea el pasado.
De fondo, Sabina canta que usé tus puñaladas como vacuna. Revivo momentos con P. ¿Serán esos recuerdos la vacuna que me protege de la realidad? Tenía razón Artaud: "Contra un sentimiento no se puede luchar". Y yo no puedo luchar contra mi amor por él.