Los días corren como escapándose de un fantasma que intenta reír sin llorar ni fingir. No recibo mensajes y si los recibo, no los contesto. Estoy atrapada en el bucle del pesimismo que me arrastra hacia abajo. Observo una garra que rasga la tierra y me sujeta del tobillo con fuerza mientras mi rostro se desdibuja. Mi boca apenas esboza un gesto de asombro y mi cuerpo queda suspendido en el aire, en esa aterradora sensación de ser arrancado del mundo.
Un día llegué aquí, hacía frío y estaba rodeada de gente insensible con guantes blancos manchados de sangre. Mis ojos se negaban a abrirse, aunque mi llanto expresaba necesidad de alimento y protección. Era un ser diminuto, de apenas unos pocos kilos. Enajenación. Percibía movimientos fugaces y violentos, siempre del resto. Permanecía tranquilita e inmóvil igual que ahora. Me hallaba en la incubadora sintiéndome ciega y muda pero nunca sorda. Hipersensibilidad auditiva insoportable: voces indistinguibles, el eco de instrumentos quirúrgicos metálicos y el incesante tictac del tiempo que transcurría, ya fueran minutos, horas, días o años.