Veía el rostro del desaparecido A. en una habitación cerrada; tocaba su piel y lo besaba. Fantaseaba con él, pero aquello no me llevaba a ningún sitio. Más bien, la imagen de P. se superponía en lo que fue nuestro último encuentro.
Y entonces era él quien me tocaba, quien me besaba, quien me quería.
Sudaba a plena luz del día mientras tenía un orgasmo. Pero, de pronto, yo lloraba con fuerza, hasta mojarme la nuca.
El deseo es traidor.