Querido P.:
Los días se hacen eternos e insoportables, mientras las horas se estiran como el nado de los peces en el río dulce, escapando de los anzuelos malignos. Mientras tanto, yo observo el verde desteñido de las hojas de los árboles, un telón negruzco que no es más que este capítulo de mi vida, colmado de arañas verdinegras y moscas azuladas.
Deseo acariciar el cuerpo de un hombre que reposa en una cueva sombría, pero me aterra la sola idea de causarle daño con mis manos destructoras de todo lo bello y significativo. Un hombre de mirada penetrante y tranquila, capaz de adentrarse en mi interior laberíntico. Un hombre o un ángel, que, con su tacto, sostenga la fragilidad de mi alma, la profundidad de mi herida.
Con amor, F.