lunes, abril 28, 2025

El oficio del tiempo

Esta fría mañana me recuerda, dolorosamente, a otra fría —pero ya lejana— mañana. Sostenía un envase con mi orina mientras aguardaba que me sacaran sangre en un laboratorio. La recepcionista no me encontró muy bien que digamos. Había gente mayor, y también una joven que sería apenas un poco más grande que yo. 
La extraccionista, curiosa, no obtuvo una respuesta verdadera. Estaba allí, en gran medida, por P. y su miedo a la paternidad.
Al llegar a casa, le conté lo sucedido con lujo de detalles. Probablemente no se interesó demasiado. P. tocaba su instrumento junto a R. Casi nunca quería hablar conmigo. 
Me pregunto si seguirá dándole vueltas a aquella frase filosófica, histórica: "Es el oficio del tiempo". 

sábado, abril 26, 2025

Hoy, mi tristeza es densa y pesada. Acostumbrada a la escritura académica, pienso que estoy perdiendo mi capacidad de expresión. Mis emociones se vuelven garabatos mentales: Dibujos infantiles que gritan. Nada después de tanta lectura obligatoria. Yayoi Kusama y sus alucinaciones, su espejo roto. Una pausa en mi sintomatología fóbica. ¿Socialización? Entretenimiento. 
Los días parecen más largos debido a mi sueño. Evitación. Incomodidad.
A. notó un avance en cuanto a mis necesidades sociales. La última vez que hablamos, se preguntaba por qué no había emigrado todavía y cuál era el motivo de mi insistente llanto. 
Demasiado tiempo sin encuentros afectuosos. Mi obsesión sigue en pie, sin poder siquiera imaginarme junto a otra persona que no sea P. Renuncié a toda posibilidad de sentirme querida y deseada. Tampoco puedo querer ni desear a nadie. 
Continúo preguntándome si podré ser feliz, mientras me aíslo en la cama. Nada de pintar, escribir, hacer yoga, soñar. Llevo dos meses sin escuchar música y no sé cuántos sin ver una película. Lejos de la literatura ociosa, mientras A. cree que es un hábito regular en mí y agranda a una lectora que ya no existe.
¿Qué estoy haciendo, entonces? Sumiéndome en la rutina con seriedad. Me mimetizo con aquel P. que solía conocer: siempre ocupado, evadiéndose de su encuentro interior. La escritura frenética se escapa de mis dedos mientras mi cuello se humedece.

domingo, abril 20, 2025

Hoy se cumplen tres meses desde la última vez que hablé con P. Desconozco si leyó mis mensajes recientes o si, por el contrario, optó por evitarme. De cualquier manera, A. tiene razón: lo nuestro ya terminó. 
Después de mi última sesión psicoanalítica, no solo decidí tirar las cartas que le había escrito, sino también fortalecerme. Estuve comportándome como una persona inmadura, infantil, necesitada de afecto, y no puedo seguir derrumbándome solo porque alguien no quiso formar una relación conmigo. 
No puedo forzarlo a leer mis palabras ni a recibir un regalo que, además de haber rechazado anteriormente, no se merece. 
Es hora de que empiece a ser una mujer adulta y me trate a mí misma como tal, evitando caer en obsesiones que solo me destruyen, como fue el caso de P. 
Seguiré trabajando en eso.

martes, abril 15, 2025

Fragmentos de mis cartas a P.:
Tenés un lugar privilegiado en mis escritos, pero fundamentalmente en mi corazón y en mi memoria.
Lo nuestro se enturbió, y todavía lo lamento mucho.
Siempre vi una luz en vos... algo que me enamoró, algo que amé y que sigo amando.
Aproveché cada momento para hacerte sentir amado.
Te pienso, y se me parte el corazón.
Lo que más me duele es todo lo que no pudo ser.
Pensar que ya nos dimos el último abrazo, y que no voy a verte nunca más.
Siempre me quedó la espina de lo imposible.
Quién diría que iba a enamorarme perdidamente de vos...
Y todavía te amo.
Y a pesar de todo.
Esta mañana soñé con vos. Otra vez.
Te fuiste.
No pudiste cuidar mi amor.
Algún día voy a poder vivir con eso.
Perdón por todo el daño que te causé. Espero, de todo corazón, que puedas ser feliz.
Me hacés falta. Y aunque hayas decidido alejarte, te recuerdo con mucho cariño. Supongo que, a medida que pase el tiempo, dolerá menos.
Gracias por haberme mirado con ternura.

La letra refleja mi tristeza con mayor fidelidad.
Finalmente, decidí no hacerle llegar estas palabras de una manera indeseada para él.
Mi plan se debilitó después de mi última sesión psicoanalítica con A., quien dijo que P. no me quiere. Tiene razón: le puso fin a nuestra relación, y yo debo aceptarlo. 
Un año y medio después, aún me pregunto si alguna vez dejará de atormentarme este dolor que siento tan profundamente. Continúo desintegrándome por culpa de la imposibilidad.

lunes, abril 14, 2025

Recibí dos mensajes de P. 
Se ponía a la altura de Borges y Cortázar. A mí me acercaba a Pizarnik, subrayando la distancia intelectual entre nosotros. 
Comprendí su alejamiento: nuestras diferencias emocionales eran insalvables. 
Tenía muchísimos mensajes académicos. No respondí ninguno. 
Me detuve a observar a alguien que preparaba una torta de cumpleaños, en la cocina de mi casa. 
Debo cerrar este capítulo antes de cumplir veinticinco años. 
Incluso, antes de que P. cumpla treinta y seis, el mes que viene.

domingo, abril 13, 2025

Todavía conservo un peón

Mis ramas se debilitan; pronto me quedaré sin hojas. 
El suelo está frío, y mis raíces, quebradizas.
Es evidente en mi trazo, en mis palabras, en mi gesto.

Las campanadas de la iglesia dicen que es ahora. 
Él está en el banco de la derrota.
No lo merece, pero ese no es el punto de la cuestión.

Es un punto final.
Una carta de despedida.

El viento me mece, y las heridas se reabren.
Un tronco roto.

Sus ojos me absorben, y me desintegro.

La espera. 
El nerviosismo. 
La conciencia.
Una idea obsesiva.

Preguntas ante un escenario incierto.
Días de desolación y entusiasmo.

Todavía conservo un peón.
Y por el momento, no lo moveré.

sábado, abril 05, 2025

A. me dijo que no necesito a P. para ser yo. Me esperará el lunes por la tarde, en nuestra próxima sesión psicoanalítica. Me aconsejó que planifique actividades que me hagan sentir bien para llevar a cabo durante este fin de semana. También, que me mantenga ocupada, que me alimente y descanse.
Me respondió anoche, seis horas después de haberle enviado un largo mensaje. Contadas veces recurrí a ella por fuera de nuestros encuentros semanales, y cuando lo hice, mis pedidos de ayuda fueron breves. Esta vez, angustiada, le conté todo lo que venía sintiendo desde el jueves, día en que pensé en contactar a la hermana de P.
Ayer, antes de ir al trabajo por segunda vez, sentí que necesitaba hablar con P. Empecé a girar obsesivamente en mi mente, pensando en los movimientos que tendría que hacer para llegar a él. Casualmente, un error persistente me lo impidió, al menos en parte. Le escribí un mensaje, por tercera vez en dos meses. También lo hice con R. Todo eso que P. no quería que hiciera.
D. fue empujado por otro infante en una clase de Educación Física. Su docente me comentó que, con frecuencia, se asusta y llora con fuerza. Ahí estábamos: D. llorando en el piso, y yo, sensible, conteniendo mis propias lágrimas mientras acariciaba su espalda y su mano.
Le contaba a A. que tengo objetos que me recuerdan a P. Mi lugar de trabajo, las edades de los niños que veo regularmente, me remiten a su hijo. Relaciono mis salidas al exterior con su presencia, como si lo hubiese visto ayer, pero termino angustiada, porque no está en mi vida ni va a venir a visitarme. A pesar de saber esto perfectamente, me desespero por contactarlo y sufro ante su ausencia.
Pensé que era una estupidez molestar a A. por esto, pero me hizo bien haberlo hecho. Sé que, a diferencia de P., ella va a estar ahí para ayudarme y contenerme todas las veces que lo necesite. En fin, alterno mis tiempos de estudio y entretenimiento, esperando con ansias la llegada del lunes.

miércoles, abril 02, 2025

Ya pasó una semana desde que le escribí a P., y también a R. Me pregunto cuándo leerá mi mensaje, o qué motivo lo llevará a abrir aquella red social inusual para ambos. Es extraño que no le haya dicho nada más que eso.
A. me preguntó qué me daba P. O, mejor dicho, qué no me daba. Yo, consciente de la respuesta, mencioné aquellos momentos que pasamos juntos, tan preciados por mí. A. quiso saber cómo me hacía sentir, y respondí que P. me contenía. ¿De qué? De mi angustia desbordante.
Posiblemente, P. estaría trabajando, haciendo las compras, llevando a su hijo al colegio, leyendo, duchándose, viendo su serie favorita... En definitiva, viviendo. Y yo recorría mi casa en soledad, llorosa. Tenía ataques que podían durar horas, y mi única vía de escape era él. Pero P. huía de mí, y yo seguía escribiendo mensajes que nunca eran contestados.
Mi deseo siempre fue el mismo: volver a aquellos momentos de afecto y ternura. Pero en su lugar, me encontraba con una frialdad que me helaba el corazón. Seguramente, P. temblaba cada vez que miraba su teléfono y veía un mensaje mío. Que nunca era uno, sino decenas por minuto. Y lo lamento, sinceramente.
Después de mi última incursión escrita—después de meses, en realidad—salí al mundo exterior. Caminé dos pasos y me quebré. Pensé en regresar a casa mientras me secaba las lágrimas. Jugué con las llaves todo el camino. Sentí una presión en el estómago. Escuché gritos infantiles y vi gente. Todo era muy, muy extraño, pero no llegué a la desrealización. 
En el trabajo, me sentí incapaz de acompañar a una criatura que estaba inmersa en otro mundo, igual que yo. Conversé con A. sobre mi sensibilidad auditiva. Escuchaba gritos y quería salir corriendo. Hice bien mi trabajo, nada que agregar.
Al volver a casa, masticando un chicle, me detuve en el centro de salud al que había ido con P. No podía verme ahí, parada junto a él, un mediodía frío. Fue un lunes, también. Un lunes muy lejano, increíblemente. Aceleré el paso. Tampoco pude encontrarnos en la esquina de mi casa, abrazados, mientras él me pedía perdón. Estaba sola. P. no estaba ahí, solo en mi mente.
Me pregunto si me recordará.
Lloro.
Me pregunto si pasaré cerca de su corazón.
¿Cuánto tiempo más seguiré reviviendo esta historia sin fin?
No quiero ni pensar en la próxima vez que tenga que salir de casa.
No quiero ni pensar en él.
No quiero necesitarlo. 
No quiero extrañarlo así.
La distancia me rompe el corazón.