Los días parecen más largos debido a mi sueño. Evitación. Incomodidad.
A. notó un avance en cuanto a mis necesidades sociales. La última vez que hablamos, se preguntaba por qué no había emigrado todavía y cuál era el motivo de mi insistente llanto.
Demasiado tiempo sin encuentros afectuosos. Mi obsesión sigue en pie, sin poder siquiera imaginarme junto a otra persona que no sea P. Renuncié a toda posibilidad de sentirme querida y deseada. Tampoco puedo querer ni desear a nadie.
Continúo preguntándome si podré ser feliz, mientras me aíslo en la cama. Nada de pintar, escribir, hacer yoga, soñar. Llevo dos meses sin escuchar música y no sé cuántos sin ver una película. Lejos de la literatura ociosa, mientras A. cree que es un hábito regular en mí y agranda a una lectora que ya no existe.
¿Qué estoy haciendo, entonces? Sumiéndome en la rutina con seriedad. Me mimetizo con aquel P. que solía conocer: siempre ocupado, evadiéndose de su encuentro interior. La escritura frenética se escapa de mis dedos mientras mi cuello se humedece.