Se ponía a la altura de Borges y Cortázar. A mí me acercaba a Pizarnik, subrayando la distancia intelectual entre nosotros.
Comprendí su alejamiento: nuestras diferencias emocionales eran insalvables.
Tenía muchísimos mensajes académicos. No respondí ninguno.
Me detuve a observar a alguien que preparaba una torta de cumpleaños, en la cocina de mi casa.
Debo cerrar este capítulo antes de cumplir veinticinco años.
Incluso, antes de que P. cumpla treinta y seis, el mes que viene.