miércoles, mayo 28, 2025

La palabra que me rompió

Son las once y media de la mañana, y estoy en la cama, cuando en una hora y media debo estar en el trabajo. Me siento cansada, como enferma, como si me doliera la vista por haber llorado hasta las dos de la madrugada. Pasé muchas horas sin comer, tal vez veinte. 
Voy al baño y me miro al espejo: mis párpados superiores e inferiores están por demás hinchados. ¿Y si alguien comenta algo sobre mis ojos? ¿Y si mejor digo que no podré salir de casa por una alergia o una conjuntivitis? 
Afuera, el clima está aceptable. Supongo que me sentiría mejor si me preparara y saliera. Pero antes, tomaré un desayuno riquísimo que mejorará mi humor. 
Me detengo en la esquina de mi casa, vacía. 
Llego al trabajo y espero a D. Una colega me saluda: "Hola, linda." Yo sonrío y digo que todo está bien. 
D. está productivo. Me encuentro en mi trato afectuoso, en mi paciencia y mi autoestima. Y pienso en P. diciéndome que no hay nada malo en mí. 
Vuelvo a casa. Me apuro. Hoy estoy un poco más temerosa. Saludo a unos vecinos.
De nuevo, mis ojos —un poco menos hinchados— fijos en la esquina de mi casa. Estoy sola. No vendrá. Hoy tampoco.

Es de noche. Muy tarde. 
La palabra de A. —acoso— dio en el blanco. La herida se reabrió. Por eso el llanto, por eso el insomnio.
Me pregunto si ocupo un lugar en el psiquismo de P.
¿Quedará algo en él de mi deseo, mi idealización, mi escritura o mi espera?
Supo que lo amaba. ¿Será eso suficiente para mantenerme viva en su mundo interno?
Sostuve parte de su autoestima, además de ser una pantalla donde se jugaban sus conflictos internos.
Fui una figura incómoda: confrontaba, reclamaba coherencia, le exigía emocionalmente. Entonces, ¿me habrá reprimido?
Mi amor era una amenaza para él. Tan puro como verdadero.
Las maneras en las que expresaba ese amor lo desbordaban. Por eso no pudo quedarse conmigo.
Me quería. Estoy segura. Pero no siempre sabía cómo quererme bien.
El problema de P. es que no pudo hacerse cargo —ni de mí, ni de su ex pareja, ni de su hijo, ni de la responsabilidad afectiva que implica vincularse con otro ser humano. ¿Por qué? Por su patrón de evasión.
P. nunca estuvo disponible emocionalmente. Ni para mí, ni para nadie. Su síntoma es el escape. No soporta saberse frágil en cuestiones del amor.
Puede querer. Pero no amar. No puede sostener, no puede quedarse. No puede amar sin huir. ¿Por qué? Porque tiene miedo.
Y mi amor no fue suficiente para curar su fragmentación. Pero además de eso, lo interpretaba. Y quizás eso le era insoportable. Solo quise ayudarlo, pero él no fue capaz de cuidarme, porque no sabe cómo.
Lo amé en su miedo, en su hueco, en su herida. Lo nombré y lo abracé simbólicamente. P. no soportó ser amado como yo lo amaba. No pudo con mi ternura. 
Amar, para mí, era quedarme, hablar, reparar. Y para él, abandonar, evadir, ausentarse.
No podía elegirme, porque yo le reflejaba su límite. Su evasión.