El intercambio durante la vuelta a casa fue un poco más extenso: mi trabajo, la discapacidad, la profesión de su "mujer", su empleo anterior y su reciente jubilación... En fin, dijo que había sido un gusto haberme conocido.
Ya en casa, el mediodía me encontró segura y contenta: había logrado salir cuatro veces en la semana, dos por trabajo y dos a otros lugares. Pensaba en cuál sería mi próxima salida al exterior, quizá por mi cumpleaños, a mediados del mes que viene. Me imaginaba contándole lo sucedido a mi psicoanalista. Me recordaba a mí misma, hace poco más de un año, temerosa y angustiada. ¿Quién hubiera dicho que hoy tendría la fuerza suficiente como para transitar la calle y hacerle frente a mis pensamientos intrusivos?
¿Quién hubiera dicho que pasaría más de tres meses sin hablar con P., y seis sin ver su cara? Y que tendría más momentos felices que angustiosos.
Mi alejamiento de la escritura está estrechamente relacionado a la idea de este hombre. Todavía no puedo concebir mi vida sin este espacio fantasioso de encuentro indirecto pero profundamente solitario.
Me pregunto si estará del otro lado, como siento que está. Nunca lo sabré.
Sí me enteré de que restringió uno de sus perfiles, pero no comprendo el sentido si no publicaba nada desde hace tres o cuatro años. ¿Qué quiere ocultar? ¿Publicaciones izquierdistas? ¿Su carrera musical? ¿S. besándolo en la mejilla? ¿Su hijo, siendo apenas un bebé? ¿A sí mismo?
¿Y todo esto tendrá algo que ver conmigo?
No sería la primera vez.
Pero, ¿por qué permitiría que le escribiera de nuevo? ¿Por qué no tomar una medida más efectiva si no quería que lo contactara?