El hombre de bombín negro y traje verde entona su melancólica canción: "Ahora que todos los cuentos parecen el cuento de nunca empezar". Los niños gritan en la vereda y, mi mente, siempre propensa a la oscuridad, imagina a uno de ellos herido, tendido en el suelo como un símbolo de la fragilidad humana.
He renunciado poco a poco a la ilusión infantil de los finales felices. La casita de dulces ya fue encontrada por Hansel y Gretel en el bosque, y en la vida real y adulta, las paredes de chocolate se derriten ante el calor, mezclándose con el pasto, el barro y las mosquitas. Veintitrés años han pasado para que yo razone y me aleje del infantilismo, y todo este proceso se teje por la culpa de P., quien, con inocencia, me ha ofrecido un dulce que al final resultó amargo.
Por un breve momento, por unos días, he llegado a creer que, después de cinco meses, estaría próxima a un encuentro con P. Como si él quisiera encontrar en mí algo especial, como si pudiéramos compartir un tema de conversación, como si él pudiera ejercer su seducción sobre mí.
Mi espalda empapada por una gota de agua, mi cuerpo cansado por la falta de alimento. Las nubes blancas que me ciegan, y los árboles que apenas danzan por el viento. La espera, la desilusión y la decepción (como P. predijo) son mis compañeras.
Los pájaros vuelan libres, atrayendo mi atención desde la lejanía. Pero, ¿a quién intento engañar? Sería incapaz de dirigirme hacia un encuentro con P., incapaz de pronunciar una sola palabra, de enfrentar su mirada profunda y triste. No es su culpa; él es un ángel. Soy yo, simplemente, que no alcanzo su altura.
No tengo nada que ofrecerle a P. Mi ser se asemeja a dedos que niegan, a risas burlonas. Si tan solo pudiera tener un alma pura, como una perla que se desnuda. Si tan solo mi cuerpo, mi rostro y mi pelo pertenecieran a otro. Si pudiera prohibirme soñar como en la adolescencia. Si hoy fuera el día, el ocaso, el fin de la ternura. Si pudiera transformarme, dejar de ser y volver a comenzar. Si el noventa por ciento de mi cuerpo fuera agua bendita y mi índice derecho hojease las páginas de la biblia. Si pudiera bombardear mis deseos caprichosos, infantiles e imposibles. Si pudiera ser tan culta, tan inteligente, tan bondadosa como P., quizá hoy sería mi día de suerte. Pero no lo es.
Mis noches se llenan de pesadillas tontas, oscuras, enfermas.