En el día de hoy he vuelto a ver a P. Esta vez nos besamos suave y dulcemente. Al parecer, llamamos la atención de unos niños que gritaron: "¡Que viva el amor!". Esto me genera una enorme ternura, como el tono de voz de P. al hablarme mientras me abrazaba con fuerza.
Conversamos acerca de los últimos sucesos. El viernes, A. me aconsejó que me hiciera un test de embarazo debido a mi atraso menstrual. A su vez, dijo cruelmente que P. no quería mantener un vínculo conmigo. A pesar de esto, le comuniqué a P. lo que debía hacer. Fueron horas muy tensas, en las que ambos atravesamos por más de un estado de ánimo. Creí que iba a enloquecerme. Él temblaba, pensaba en morirse, gritaba, lloraba, se ponía nervioso y se dejaba llevar por sus ataques temerosos.
El sábado, el test de embarazo arrojó un claro negativo; lo que nos llevó a calmarnos, al menos hasta la noche del domingo. Ambos lloramos.
Dormí muy pocas horas, imaginando cómo sería el día de hoy. P. me pidió que hiciera un tercer test de embarazo pronto, a pesar de haber hecho el segundo en la mañana, también negativo. Empezamos a barajar un análisis de sangre. Hablé con dos enfermeros acerca de lo que estaba sintiendo últimamente. "¿Usted quiere estar embarazada?", preguntó una de ellos. La respuesta estaba impresa en mi rostro: no.
La mayor parte de las cuatro horas que compartimos juntos, conversamos. Le dimos mil vueltas al asunto, ansiosamente, recordando nuestros dos últimos encuentros eróticos. Fue difícil llegar a una decisión y abandonar el tema, pero finalmente, por un instante, el terror se borró de nuestros rostros y nos fundimos en los labios y los brazos del otro; conteniéndonos, tranquilizándonos, queriéndonos.