Me sucumbo en la negrura de mi debilitamiento enfermizo. Todo comenzó en la noche oscura, donde mi cuerpo se rindió ante la aparición de un extraño cansancio. De pronto, aquel profundo sueño se transformó en náuseas que asaltaban mi estómago y mi garganta. La falta de apetito me acompañó en la cena, forzándome a vaciar un cuarto del plato. Desde lo conversado con P. acerca de su temor a la paternidad, comencé a alimentarme, inflexible. Espero nerviosamente que mi ropa interior se tiña de sangre, mientras persiste mi agitación ante la asfixiante soledad.