lunes, junio 17, 2024

Por fin, el silencio de la soledad, eco del vacío habitacional.
El martes, después de sesenta y nueve días, mis ropas se mancharon de menstruo. Me doblaba a causa de los cólicos. A pesar de comunicarle a P. el tan ansiado acontecimiento, siguió preocupado hasta el miércoles; día en que nos encontraríamos para hacerme un análisis de sangre. Recuerdo aquella tarde, aferrada a mis pensamientos.
El jueves hice mención de los dichos de P., ante A., quien compartía mis expresiones faciales exageradamente. De repente, P. no es el hombre que solía ser. Tiene miedo, y llora. Me abraza y también me pide perdón. Es otro hombre, más humano. Yo me mostraba harta y terminante, y A. me preguntaba qué sentía al haberle marcado un límite. Me felicitó por haber sabido manejar mi ansiedad, y también la de P.
El viernes cumplí veinticuatro años. Aquella mañana me entristecí, me odié; fui niña, adolescente y adulta. Me sentía peor que nunca. El malestar decidió irse al ritmo de Los Beatles, y regresó a la tarde, debido a una salida inesperada al exterior. Me sentía en peligro, en medio de hombres y mujeres, drogándose y prostituyéndose. Mi mirada estaba atenta a cada detalle de un mundo turbio que me daba pánico. A pesar de que P. decidió no hablarme en todo el día, por momentos sonreía, gracias a la visita de V., J., T. y C.
El sábado salí al exterior con V., J., T. y C. Pensé toda la mañana en el mensaje de P., deseándome feliz cumpleaños. A veces siento que somos dos desconocidos, y esto me da un poco de pena. En fin, así es nuestro vínculo, ¿qué más da? A la tarde, recibí a S., A., T., A. y L. Me sentía cansada, y aturdida de voces superpuestas, gritonas e irritantes. El festejo terminó pronto, pero me quedé despierta hasta la madrugada.
Ayer, S. vino a almorzar a casa. Yo no tenía hambre, pasé de la comida. R., como siempre, juró ser el centro de atención. Odio que me trate como si fuera estúpida. Además, me enojan sus comentarios sexistas y su humor. A la tarde, salí con V., J., T. y C. Por instantes, pensaba en P., en el paso del tiempo, en mi excitación y también en mi tristeza. Me encontraba fascinada mirando a parejas que bailaban tango. A veces me detenía en rostros o vestimentas. Si los ojos ajenos y espectadores a su vez se fijaban en mí, me limitaba a descentrar mi mirada apesadumbrada. Pensaba en la vejez, en la muerte, en el transcurso de la vida, en el dolor. T. se enojó por un chiste de J. y el momento de juego familiar dejó de parecerme tan divertido. 
Todos se han ido, y yo debería estar acostada en el jardín, junto a P., besando la suavidad de sus labios. En su lugar, dice que me quiere, que le importa lo que me pasa, pero que no desea acostarse con nadie. Me enloquece que no corresponda a mi apetito sexual, siendo él un hombre tan seductor. De hecho, el único hombre con el que quisiera acostarme siempre. El único hombre dueño de mi sexo deseoso, hambriento de él. Me desespera que él también me deje sola. En realidad, me desespera estar sola. Quisiera que estuviera acá, conmigo.