sábado, noviembre 30, 2024

Día agitado de limpieza. Me visitaron A. y S. Agotada después de una semana intensa de trabajo.
Otro mes que no consigo reunirme con P. Discutimos, dijo que nunca me amará ni será mi pareja. Yo escribí compulsivamente y lloré mucho. Otra vez la incertidumbre teñida de fin. ¿Hasta cuándo mi estupidez entorpecerá mi nada vincular con P.? ¿Hasta cuándo se colará mi deseo de querencia? Ah, si fuera más inteligente, P. caería rendido a mis brazos. Si tuviera algo llamativo que ofrecerle, quizá un mejor cuerpo o una bondad más pura... ¿Tal vez inocencia? ¿Qué más quiere de mí? ¿Por qué no llamo su atención? ¿Seré demasiado común entre las demás chicas? ¿Por qué no soy capaz de despertar su deseo de estar conmigo? ¿Por qué no me elige? ¿Seré demasiado joven? ¿Por qué no puede conectarse con mi alma ni fundirse junto a mi corazón? ¿Por qué, pasado tanto tiempo, tantos encuentros, no anhela mayor profundidad? ¿Por qué no me quiere?
Hace algunos días, fue mi padre quien dijo que me quiere mucho. En sus palabras, le regalé alegría y bienestar en forma de recuerdos. También mi madre está muy presente, cada día. Lo único que necesita mi maltrecho corazón es una pizca de cariño. P. diría que merezco más, ¿por qué supone lo que merezco si no puede ofrecérmelo? Su frío silencio acabará por enloquecerme.

domingo, noviembre 24, 2024

Anoche, después de compartir poco más de una semana con mi padre, nos despedimos entre lágrimas. Recuerdo que tuve un sueño familiar. Pasé doce horas sin ingerir alimento alguno. Apenas rompí el ayuno, me dispuse a ordenar la habitación de mis padres.
Estos días que pasamos juntos fueron muy significativos para mí. En una ocasión, mi padre me acompañó al médico. Satisfizo mis necesidades económicas, pero también las afectivas. Hace dos noches llevó mi cabeza a sus rodillas, y me acarició el pelo y la espalda muy dulcemente. Había trabajado mucho y estaba agotada. Fue R. quien, ayer, me comentó que le había encantado ver esa imagen.
Recibí un mensaje de mi padre, en el que decía que me quería. Habló del tiempo pasado juntos, de nuestros sentimientos, y también mencionó que tanto él como mi madre estarían conmigo para lo que necesitara.
Hace diez días murió mi gatita. Tenía leucemia. Después de acompañarla muchas horas, dejó este plano. Sufrí demasiado físicamente, y emocionalmente me destruyó. Media hora después de la triste noticia, mi padre me sorprendió y nos fundimos en un abrazo. Aquello era lo único que necesitaba. A partir de nuestro reencuentro, compartimos muchos momentos juntos. Mi vulnerabilidad me permitió acercarme y conectarme con él como nunca antes lo había podido hacer.
Ahora, cada uno en un país, toca volver a la rutina laboral. Probablemente nos veamos dentro de un año. Hoy me mantuve ocupada para no extrañarlo tanto. Todo fue tan, tan inesperado. El tiempo pasó rápidamente. Sorpresas te da la vida. También yo sorprendí a mi abuela, mi madre y mi hermano. Quedaron encantados y agradecidos con los regalos que les envié, lo cual me pone muy contenta.
Hace poco discutí con P., todavía no nos arreglamos. Me puse tan nerviosa que le escribí compulsivamente durante días. Temo tanto perderlo. Creo que no nos veremos este mes, a pesar de mis ansias. Recibí de otra persona los gestos que necesitaba. Esto es todo por hoy.

miércoles, noviembre 20, 2024

Son las 2:55 de la mañana. Mi gata está a mi lado, tengo enfrente un plato de comida, y las palabras de P. en mi mente. Sinceramente, no sé por dónde empezar. Últimamente me siento más aislada de lo común, como si estuviera en otro mundo. Me siento incomprendida, como si nadie pudiera ponerse en mi lugar. Intento estar presente y reír, pero no soy la misma que hace una semana atrás. Lo único que puede asimilarse al dolor que experimento, son mis primeros escritos. Hace poco más de un año, recluida, la negrura me vendaba los ojos. Creía que todo marchaba bien, pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. Me mentí, la realidad se escapaba de mi control. Ahora, la angustia, la culpa, la soledad y la desesperanza, son demasiado intensas. No hay un solo día en el que no llore. No estaba preparada para atravesar un momento de duelo, estoy profundamente conmovida.
En la tarde, S. y sus dos hijos vinieron de visita. Estaba R., y también mi padre (ya escribiré sobre esto). Jugábamos a las risotadas, hasta que en un momento, hui llorosa. Me metí en la cama para leer entre sombras, hasta que finalmente me dormí. Al despertar, hambrienta, vi el descargo de P. Básicamente, soy culpable de buscar en él algún tipo de consuelo. A decir verdad, aquello me enojó. Nuevamente, se justifica en su lejanía. Deseaba que me prestara atención, que es lo mismo que pedirle que se convierta en otro hombre. Ahora que por fin encuentro un ápice de compañía paterna, es ilógico que vuelva diariamente a P. Además, P. es una figura sensual, y yo no quiero tener sexo. La última vez, vino a buscar mi calor húmedo, y yo caí. Pero ahora yo necesito su ternura y su cariño, y él no cae. Se da cuenta perfectamente de esto, por eso se va. ¿No comprende que sería incapaz de dañarlo? 
Son ahora las 4:04 de la mañana. Mi gata ronronea envuelta en calor. Una niñita me acariciaba dulcemente, me besaba en la mejilla, y me hacía sonreír. Debo entregarme a la rutina. Tendría que leer, escribir, pintar y hacer yoga como antes. Ahora que la tristeza se hace carne en mí, no puedo dejarme caer tan bajo. No puedo buscar a P. Finalmente, debería aceptar que no me quiere. Si me quisiera, pronunciaría las más comprensivas palabras. Hubiera estado ahí cuando necesitaba ser abrazada. P. dice que está porque yo lo quiero así, pero no, no está. En caso de estar, está ausente. Quererme lejos no es quererme. Desearme de vez en cuando no es quererme. P. no me quiere. Ahora no me importa su deseo, pues no puedo corresponderle. Ahora me importa que me sepa querer, pero no puede hacerlo. Yo tampoco sé cómo quererlo, reconozco que no lo estoy haciendo bien. Debe ser que estoy irascible y muy cansada, ya se me pasará.

miércoles, noviembre 13, 2024

Eran las cuatro de la mañana, y yo me encontraba llorando, con mi gata en brazos. En la oscuridad, temía un desenlace trágico. Volví a la cama e intenté descansar durante una hora, hasta que sonó la alarma. Fui a trabajar. J. estaba más revoltoso que de costumbre, y en un momento, comenzó a arrojar cosas al piso. Estuve dos horas en el veterinario. A. tiene leucemia felina, y estaba desprendiendo una secreción por su nariz. Nada que hacer con el líquido que aloja en medio de sus dos ojitos. El veterinario le colocó unos inyectables, eso fue todo lo que pudo hacer. Tuve que salir a trabajar nuevamente, sin poder desayunar ni almorzar. Me sentí hambrienta, cansada, sensible. Pensaba en mi gata, en P., en mi casa, en mi familia. Estar a solas conmigo misma, escuchándome, me hizo dar cuenta de que no estaba bien. Mis padres, desde tierras lejanas, me informaron acerca de las lluvias torrenciales que estaban viendo. La provincia está en alerta roja, por lo cual no pueden salir, ni a trabajar ni a nada. He visto un cadáver vestido de luto dejándose arrastrar por la corriente de agua. Esta vez, no dejaré que mi mente invente problemas. El silencio de P. no debería significar nada malo. Debo ser yo, que estoy triste, y no puedo pensar en nada bueno. Ya pasó el día de ayer, he vuelto a enturbiarme. Después de alimentarme, reposo en la cama. Quizá necesite descansar, y alejar las preocupaciones por un momento. Además de trabajar, necesito satisfacer mis necesidades básicas, cuidar tanto de mi cuerpo como de mi mente.

martes, noviembre 12, 2024

Oí a R. conversar por teléfono con la señora X. Parece que unas vecinas me describieron como prisionera. Me sorprenden estas teorizaciones acerca de mi hermetismo. Por otro lado, la señora X. le habría hecho una escena de celos a R., quien aclaró la situación con cierta irritación. Hablaron largo y tendido de este planteo casi juvenil, involucrando a terceros. Ya todos sabemos de su affaire, incluyéndome. Entre tantas personas, R. mencionó a su hermana V. y sus encierros silentes. Decía que hay que aceptar las personalidades del resto, y no exigir cambios. Entonces, ¿aceptó, finalmente, que no cambiaré? ¿dejará de insistir? Frecuentemente, sus rodeos me ponen nerviosa o me angustian. Cambiar conllevaría un profundo desequilibrio para mi psique. Hace poco, escuché a mi madre decir que está curada de espanto. Espero que los demás también tomen el camino de la rendición. He sido, más que cuestionada, señalada y humillada innumerables veces. Preferiría que no me apuntara ningún dedo sucio. Ansío conocer la paz. El silencio se instaló en mí definitivamente, ya es muy tarde para enderezar este árbol tan roto.
Entre otras noticias, R. fue llamado por mi padre. Hace cuatro años, existe entre ellos un tema de conversación repetitivo. Por primera vez, mi padre se atrevió a afirmar que logró desapegarse de su antiguo hogar. Decía que ya nada es lo mismo, que faltan personas muy importantes, y que, para R. y para mí, nos queda grande. A R. lo escuchaba compungido, pero le daba la razón en todo momento. Respondió que se encargaría de poner nuestra casa en venta, para mudarnos posteriormente. Lloré un poco, aunque siento que es la decisión más acertada. Recordaba los escombros, los ladrillos; mi extrañeza al ver construirse una vivienda tan inmensa. Momentos familiares, momentos solitarios. La llegada de mi hermano, la partida de S. He visto a mi hermano y a mi madre salir por la puerta y no volver a entrar nunca más. Me he sentido tan sola en un espacio tan inerte. He tenido crisis muy duras, pesadillas, pánico. He sufrido mucho al ver cómo se rompía mi familia. Mis allegados me preguntaban constantemente por qué había tomado un camino diferente al de mi núcleo familiar, por qué no permanecía cerca de mis padres. Cada vez que los dejo siento un dolor insoportable, como si se estuvieran reactualizando viejas heridas, como si una fuerza maligna estuviera arrancándome y llevándome lejos. Pero la solitud tiene un precio, y a menudo conlleva mucha alegría. Estoy haciendo mi propio camino, estudiando y trabajando, relacionándome social y afectivamente. No sabría qué futuro me esperaría en otro país, aunque fuera al lado de mis padres y A. Probablemente, mi agorafobia disminuiría increíblemente.
Pensé bastante. Claro que el proceso de desapego será duro, pero estoy muy feliz. Hace tiempo dejé de sentirme dentro de mi hogar. Es curioso, no lo presentía en absoluto, pero tenía en mí una fuerza de progreso, de renovación interior y exterior, de un cambio significativo. Di algunos pasos para cuidar más de mí, hice algunas limpiezas, necesité desprenderme de cosas. Seguía esperando una transformación radical. Presiento que mi nueva casa será definitivamente mi hogar. Imagino los dormitorios, los rincones, las decoraciones. Estoy segura de que habrá más vida, y yo me encargaré de ello. Mi habitación será, como lo fue siempre, mi gran refugio. No considero que cambiará tanto, a lo sumo será un espacio más chico. Desde la mudanza de mi hermano, me siento como un alfiler en un iglú. Será todo tan lindo y tan mágico, donde sea que vivamos. El exterior también será más agradable, las calles estarán más transitadas, habrá mucha gente caminando por ahí. P. tendrá que visitarme a la esquina de mi nuevo hogar, y nuestros besos sabrán renovados, serán más apasionados que nunca. Estaré mucho más contenta de lo que he estado estos últimos años, será visible en mi rostro. Tengo muchas ideas en mente, y me muero de ganas de contárselas a A. en nuestra próxima sesión psicoanalítica. Todo el temor que sentí la semana pasada desaparecerá, o se reducirá, para dar espacio a las buenas nuevas. En fin, por ahora dejaré hasta aquí mi entusiasmo.

lunes, noviembre 11, 2024

Reapareció T., después de semanas. Creyó que había dejado de trabajar debido a mis reiteradas faltas, y como si eso fuera poco, dice que no le presto atención. Estoy profundamente interesada en P., de ahí que no haya espacio para nadie más.
Siguiendo esta línea, hace algunos días también apareció M. Parece que hoy se puso de acuerdo con T., para reprocharme que no le contesto como él quiere. Había admitido que él siempre me quiso, y anhelaba salir a tomar algo conmigo.
Cuando tenía apenas diez años, mantuve una relación sentimental con M. Esta relación estaba marcada por intensas idas y vueltas. Al terminar definitivamente, empecé a salir con T., hasta que lo dejé por M. o por S.
Supongo que ya escribí sobre el accidente de M. Lo atropelló un camión al salir del colegio. Éramos novios, y estábamos en medio de uno de nuestros momentos turbios. Al enterarme de la noticia, me agarró un ataque. Pienso que era demasiado chica para conocer un sufrimiento tan inmenso como el que sentí. Además de la culpa, claro.
Cuando volví a verlo me horroricé. Le habían cosido la ceja izquierda con hilo negro, y tenía hematomas y heridas en la cara. Estaba semidesnudo, semicubierto por una sábana. Me reconoció al instante. Fue un momento fuertísimo, y creo que el trauma que sufrí, inconscientemente, se presenta en mis relaciones afectivas aun a día de hoy.
Con P. hablé recientemente, de mi nuevo proyecto. Pienso en eso a diario, y aunque a veces no me siento capaz de poder lograr algo tan importante, me gustaría intentarlo. No es que asocie el silencio de P. con algo tan angustiante como lo fue el accidente de M., pero si llegara a pasarle cualquier cosa en medio de un impasse... Quizá de ahí viene mi necesidad de comprobar que el otro existe y que no ha muerto, de que el vínculo permanece sin roturas.
Pierdo la paz cada vez que me hundo en mis pensamientos catastrofistas y la realidad me demuestra que es tiempo de silencio y desconexión. Extraño exageradamente a P., pensándolo a todas horas. Me siento algo intranquila, como si pudiera perderlo en cualquier momento (no hablo de su muerte).
El silencio de R. es algo más que aviva mis heridas de abandono y rechazo. En una semana solamente pronunció dos palabras, lo cual es extrañísimo en él. Si me está castigando, no entiendo el por qué. Tal vez está perdiendo la cordura, haciendo estupideces, jugando a imitarme. En cualquier caso, me da igual, no me quita el sueño.
Creo que esto es todo, o bastante por hoy, que ni siquiera había pensado en escribir. Realmente, no me interesa T., ni M. Ambas conversaciones duraron lo que un suspiro, porque deseé ponerles fin. Puedo imaginarme que, aunque sueñe con la voz de P., su alejamiento es como un karma por mi forma de ser tan evitativa con el resto.

sábado, noviembre 09, 2024

Últimamente me siento frígida, y P. no tiene tiempo para verme.
En el día de ayer, Z. cumplió apenas doce añitos. Tenía su edad cuando enmudecí. Mi mirada se detenía en ella, o en la nada. Hace doce años, también mis amigas me esperaban con exquisiteces para celebrar. A partir de aquel momento, o pocos meses después, me deprimí.
Me encontraba semanalmente con H. para besarnos y tocarnos, aunque esto último me daba entre asco y vergüenza. Me cortaba las muñecas, y uno de mis motivos era la certeza de que él amaría siempre a I. Durante muchos años, H. me deseó, incluso decía que me amaba, pero no de la misma forma que a ella. Nunca fuimos novios formalmente, yo era demasiado chica para él.
Me gustaba escribir, aunque veía blanquinegro. Las historias más terroríficas se quedaban en mi mente. V., mi psicóloga de aquel entonces, me generaba rechazo. Siempre estaba sonriente para mí y me impulsaba a escribir. Ahora lloro recordándola. Era una niñita muy frágil, pero podía ser durísima, resistente ante las imposiciones. A la distancia, puedo reconocer que necesitaba ayuda. Tenía más momentos tristes que felices en la diaria.
Omitiré los problemas con mis padres, y la figura de R. tan contraria a mí. S. era la persona más presente en casa, entregada a mi hermano y a mí. Yo no supe agradecerle nada, y por eso mis ojos lloran sin control. Tuve suerte de tenerla, me hacía sentir acompañada. Nadie se enteraba de mi sufrimiento, de mis noches en vela, de la soledad que albergaba en mi joven corazón. Según R., mis padres debieron enderezarme para que no creciera torcida como un árbol. R. responsabiliza a mis padres, pero sin duda creo que ya existía en mí una fuerza débil y poco gusto por la vida.
Supongo que tendré miedo hasta que me muera, y un enorme dolor tan inexplicable que no podré escribirlo nunca. La represión es siempre la mejor opción, pero deben existir estos momentos angustiosos tan insoportables en los que siento mi carne abrirse y sangrar el pasado.
A. es un chiquito de once años que no veía hacía un mes. Su mirada, perdida en una ventana, me despertaba una profunda inquietud. Me preguntaba en qué estaría pensando, o qué voces malignas estaría oyendo. A. tiene rasgos psicóticos. Si hubiera existido en mí alguna capacidad extraordinaria, lo hubiese despertado de su horrible pesadilla. Mi anhelo por el bien es, sencillamente, eso, un anhelo.

viernes, noviembre 08, 2024

Me ilusioné creyendo que estaba reconciliándome con P. a partir de nuestro reencuentro. Pequé de ingenua al imaginar que vendría a visitarme mensualmente. Me siento tan avergonzada por haber expresado tan fervientemente mi deseo. Silenciosamente, P. evitó cada una de mis intenciones propositivas. Satisfice su apetito con besos y caricias, y ahora ya no me necesita. Jugaremos a enmudecer como si se tratara de una partida estúpida. Detesto que mis necesidades se vuelvan incontrolables, dominándome ellas a mí. Me siento como una bestia insatisfecha e insaciable, que ni siquiera puede fingirse inteligente y madura. Al menos no se lo hago saber a P., enfurecida, aunque también me angustia terriblemente. Dormiré para alejar mis quejas.

jueves, noviembre 07, 2024

Mis ojos amanecieron hinchados de tanto llorar por la noche. Tuve dos episodios angustiosos tras una inesperada salida al exterior, en la que me asaltó el pánico (el hombre invisible). Supongo que la agorafobia es la fobia más incapacitante. Hoy me siento demasiado enferma, fingida.
Hace cuatro días que R. no me dirige la palabra, imitando a P. La indiferencia me daña momentáneamente, aunque entiendo que no tengo la culpa de nada. Podrán R. y P. jugar al mutismo, pero ninguno sabrá hacerlo como yo, que ya soy una experta en el tema.
Algunos conceptos resonaron en mí el día de ayer: trauma psicológico, abuso emocional, separación, duelo, aislamiento social, dificultades relacionales, miedo al rechazo, problemas alimenticios y de sueño, temor a la incertidumbre, necesidad de control, problemas de salud mental (depresión y ansiedad), evitación de situaciones sociales, miedo a lugares públicos, perfeccionismo, introversión, dificultades en la formación identitaria, vulnerabilidad, inadecuación y sensibilidad, evitación, violencia, sensación de soledad y desconexión, represión emocional y dificultades en la comunicación, baja autoestima y timidez...

martes, noviembre 05, 2024

Tomando palabras de A., recurrí a terapia padeciendo un cuadro de fobia muy severo. Conversamos sobre mi necesidad de control y mi angustia ante el error. Antes de que alguien pueda percibirme como defectuosa, muestro mi costado más dulce, sensible, bueno, inocente, risueño... No hablo solamente de P., sino también de pares, superiores e inferiores.
Hoy temía que se me castigara por una falta injustificada, que alguien pudiera preguntarme algo al respecto o hacer mención de aquello. Estuve increíblemente atemorizada, pero finalmente, nadie me acusó. Contrario a lo que creía que pasaría, había gente contenta de volver a verme. Sacudida después de la sesión psicoanalítica de hoy, en mi cuerpo se alojó todo el cansancio, nerviosismo y angustia que cargaba.
A veces quisiera refugiarme en la cama. Deseo tener un encuentro íntimo con P. Más allá de esto, en la cama podría descansar de cualquier peligro. Hubo un tiempo en el que tenía temores muy intensos, como morir mientras dormía. Recuerdo noches en las que mis ojos eran ventanas abiertas de par en par.
Cuando era adolescente, me daban pánico las sombras movedizas que podía distinguir en la oscuridad de la noche. Me daba miedo exponer mi cuerpo desnudo en el baño (tomar una ducha). Dentro de mi propio hogar, imaginaba que un hombre vendría decidido a violarme. De día podía leer o escuchar música, pero de noche tenía ideas muy oscuras. En mi mente se dibujaban, con frecuencia, paisajes sombríos.
Un día le confesé a P. que sería capaz de mostrarme vulnerable ante él porque sabía que no me lastimaría. Mis concepciones del sexo evolucionaron, al punto de poder entregarme a un hombre (solo a un hombre: P.). De hecho, que P. me acaricie, me observe desnuda, me masturbe, me bese, me penetre, son ideas puramente excitantes para mí. Confío en él, aunque no creo que deba ser algo recíproco; supongo que P. confiaría en cualquier mujer por igual, no les temería por el solo hecho de ser mujeres.
Persiste en mí la desconfianza hacia los demás hombres, de la cual no creo curarme del todo. Leer a Simone de Beauvoir me hizo comprenderme más de lo que hubiera imaginado, sintiendo ahora que no soy la única mujer en el mundo con estos traumas tan oscuros. Creo que, por suerte, P. escapa a mi regla, siendo un amante perfecto. P. me hace sentir segura, deseada, respetada; como si fuera igual a él o estuviera a su altura. Cuando estamos juntos me hace sentir como una mujer de verdad, fuerte y capaz.

domingo, noviembre 03, 2024

Leer a Simone de Beauvoir me llevó a pensar en la sexualidad y el amor, como cada día. Esta vez, sentía que había llegado tarde a la vida de P. Si hubiese llegado antes, ¿me hubiera elegido, románticamente? Corresponde a mi apetito, ¿y qué hay de mi fiel querer? Si supiera de mi exagerado interés emocional se alejaría por completo. Mi existencia es meramente erótica cuando estamos frente a frente, mis piernas sostienen mis zonas erógenas. Me sentí querida por P., pero cuando destacaba mi inteligencia no veía mi cuerpo como un cuerpo de mujer. Ahora se apodera de mí, desesperadamente, como si fuera su presa. Percibo, a raíz de esto, que anuló su cariño. O me quiere o me desea sexualmente, no pueden coexistir en él fuerzas tan opuestas.
Salí al exterior con R. y su hermana V., quien vino a visitarnos hace ya algunos días. Reconocí a un pequeñito, A., y me sorprendió su crecimiento. El sol me impedía ver a parejas bailar tango. Mi mirada se detenía en jovencitas embarazadas, acompañadas de sus parejas. Me preguntaba, frecuentemente, qué pensamientos tendrían los allí presentes. Yo, durante algunas horas, retiré de mi mente lo escrito en el párrafo anterior. Mi propia imagen me resulta, por momentos, feísima. Me sentía avergonzada de mi rostro y del tamaño de mis pechos.
Reflexiono bastante sobre el crecimiento, las relaciones, las vivencias sensuales, el autoerotismo infantil, la penetración vaginal. Medito sobre mis propias experiencias, mis sentimientos, la captación de mis sentidos de aquel objeto tan amado, las sensaciones físicas de placer y dolor. Todo el tiempo intento entenderme como una mujer sintiente. A comparación de P., me vivo como un ser muy chiquito. Me siento inexperta, infantil, tonta. P., sin embargo, sabe qué hacer, cómo y cuándo llevar a cabo qué actos. Sería inútil esforzarme en tratar de explicarlo con palabras.
Aunque me quejo, no sabría cómo mantener una relación más comprometida con P. No puedo imaginarnos en ese escenario amoroso, lejos de la excitación. Parecemos dos adolescentes que buscan el placer inmediato, sin importar el riesgoso exhibicionismo. Cuando nos ciega la lujuria, parecemos animales. No nos comportamos como seres humanos, ni siquiera nos avergüenza la luz diurna o los transeúntes. En presencia de tal salvajismo, no puede nacer ninguna profundidad. Para P., dejo de existir a partir del último roce.
Qué días más confusos estos, qué conflictos más antiguos también.

sábado, noviembre 02, 2024

Anoche, me rendí ante el dolor de cabeza y las palpitaciones que asaltaban mi párpado derecho. En mis sueños, P. mencionaba abiertamente que su mujer era la segunda persona más importante en su vida, después de su hijo. Desperté poco antes de las cinco de la mañana, extrañada al ver un gato desconocido en la cama.
Hace dos días le expresé a P. mi deseo de vernos mensualmente, como solíamos hacer. Él no respondió, aunque tampoco esperaba que lo hiciera. Me gustaría buscarme en su mente y encontrarme ahí. ¿Qué piensa de mí? ¿De qué manera me desea? ¿Me recuerda húmeda?
Vuelve a inquietarme la idea de imaginar a P. con otra mujer. No me desespera como en otros momentos, pero despierta en mí profundas inseguridades. Ahora logro refugiarme en pensamientos claros y alejarme de mis ideas obsesivas. Pienso en esto porque soy completamente suya desde que nuestros labios se fusionaron por primera vez. Estoy con él, aun cuando no lo estoy. 
Supongo que jamás me dirá que me corresponde de la misma forma, que él también está conmigo. Pero si me dijera que está con alguien más, me dolería demasiado. Podría alegrarme o destruirme, así que prefiero la incertidumbre.