Reapareció T., después de semanas. Creyó que había dejado de trabajar debido a mis reiteradas faltas, y como si eso fuera poco, dice que no le presto atención. Estoy profundamente interesada en P., de ahí que no haya espacio para nadie más.
Siguiendo esta línea, hace algunos días también apareció M. Parece que hoy se puso de acuerdo con T., para reprocharme que no le contesto como él quiere. Había admitido que él siempre me quiso, y anhelaba salir a tomar algo conmigo.
Cuando tenía apenas diez años, mantuve una relación sentimental con M. Esta relación estaba marcada por intensas idas y vueltas. Al terminar definitivamente, empecé a salir con T., hasta que lo dejé por M. o por S.
Supongo que ya escribí sobre el accidente de M. Lo atropelló un camión al salir del colegio. Éramos novios, y estábamos en medio de uno de nuestros momentos turbios. Al enterarme de la noticia, me agarró un ataque. Pienso que era demasiado chica para conocer un sufrimiento tan inmenso como el que sentí. Además de la culpa, claro.
Cuando volví a verlo me horroricé. Le habían cosido la ceja izquierda con hilo negro, y tenía hematomas y heridas en la cara. Estaba semidesnudo, semicubierto por una sábana. Me reconoció al instante. Fue un momento fuertísimo, y creo que el trauma que sufrí, inconscientemente, se presenta en mis relaciones afectivas aun a día de hoy.
Con P. hablé recientemente, de mi nuevo proyecto. Pienso en eso a diario, y aunque a veces no me siento capaz de poder lograr algo tan importante, me gustaría intentarlo. No es que asocie el silencio de P. con algo tan angustiante como lo fue el accidente de M., pero si llegara a pasarle cualquier cosa en medio de un impasse... Quizá de ahí viene mi necesidad de comprobar que el otro existe y que no ha muerto, de que el vínculo permanece sin roturas.
Pierdo la paz cada vez que me hundo en mis pensamientos catastrofistas y la realidad me demuestra que es tiempo de silencio y desconexión. Extraño exageradamente a P., pensándolo a todas horas. Me siento algo intranquila, como si pudiera perderlo en cualquier momento (no hablo de su muerte).
El silencio de R. es algo más que aviva mis heridas de abandono y rechazo. En una semana solamente pronunció dos palabras, lo cual es extrañísimo en él. Si me está castigando, no entiendo el por qué. Tal vez está perdiendo la cordura, haciendo estupideces, jugando a imitarme. En cualquier caso, me da igual, no me quita el sueño.
Creo que esto es todo, o bastante por hoy, que ni siquiera había pensado en escribir. Realmente, no me interesa T., ni M. Ambas conversaciones duraron lo que un suspiro, porque deseé ponerles fin. Puedo imaginarme que, aunque sueñe con la voz de P., su alejamiento es como un karma por mi forma de ser tan evitativa con el resto.