domingo, noviembre 03, 2024

Leer a Simone de Beauvoir me llevó a pensar en la sexualidad y el amor, como cada día. Esta vez, sentía que había llegado tarde a la vida de P. Si hubiese llegado antes, ¿me hubiera elegido, románticamente? Corresponde a mi apetito, ¿y qué hay de mi fiel querer? Si supiera de mi exagerado interés emocional se alejaría por completo. Mi existencia es meramente erótica cuando estamos frente a frente, mis piernas sostienen mis zonas erógenas. Me sentí querida por P., pero cuando destacaba mi inteligencia no veía mi cuerpo como un cuerpo de mujer. Ahora se apodera de mí, desesperadamente, como si fuera su presa. Percibo, a raíz de esto, que anuló su cariño. O me quiere o me desea sexualmente, no pueden coexistir en él fuerzas tan opuestas.
Salí al exterior con R. y su hermana V., quien vino a visitarnos hace ya algunos días. Reconocí a un pequeñito, A., y me sorprendió su crecimiento. El sol me impedía ver a parejas bailar tango. Mi mirada se detenía en jovencitas embarazadas, acompañadas de sus parejas. Me preguntaba, frecuentemente, qué pensamientos tendrían los allí presentes. Yo, durante algunas horas, retiré de mi mente lo escrito en el párrafo anterior. Mi propia imagen me resulta, por momentos, feísima. Me sentía avergonzada de mi rostro y del tamaño de mis pechos.
Reflexiono bastante sobre el crecimiento, las relaciones, las vivencias sensuales, el autoerotismo infantil, la penetración vaginal. Medito sobre mis propias experiencias, mis sentimientos, la captación de mis sentidos de aquel objeto tan amado, las sensaciones físicas de placer y dolor. Todo el tiempo intento entenderme como una mujer sintiente. A comparación de P., me vivo como un ser muy chiquito. Me siento inexperta, infantil, tonta. P., sin embargo, sabe qué hacer, cómo y cuándo llevar a cabo qué actos. Sería inútil esforzarme en tratar de explicarlo con palabras.
Aunque me quejo, no sabría cómo mantener una relación más comprometida con P. No puedo imaginarnos en ese escenario amoroso, lejos de la excitación. Parecemos dos adolescentes que buscan el placer inmediato, sin importar el riesgoso exhibicionismo. Cuando nos ciega la lujuria, parecemos animales. No nos comportamos como seres humanos, ni siquiera nos avergüenza la luz diurna o los transeúntes. En presencia de tal salvajismo, no puede nacer ninguna profundidad. Para P., dejo de existir a partir del último roce.
Qué días más confusos estos, qué conflictos más antiguos también.