En la tarde, S. y sus dos hijos vinieron de visita. Estaba R., y también mi padre (ya escribiré sobre esto). Jugábamos a las risotadas, hasta que en un momento, hui llorosa. Me metí en la cama para leer entre sombras, hasta que finalmente me dormí. Al despertar, hambrienta, vi el descargo de P. Básicamente, soy culpable de buscar en él algún tipo de consuelo. A decir verdad, aquello me enojó. Nuevamente, se justifica en su lejanía. Deseaba que me prestara atención, que es lo mismo que pedirle que se convierta en otro hombre. Ahora que por fin encuentro un ápice de compañía paterna, es ilógico que vuelva diariamente a P. Además, P. es una figura sensual, y yo no quiero tener sexo. La última vez, vino a buscar mi calor húmedo, y yo caí. Pero ahora yo necesito su ternura y su cariño, y él no cae. Se da cuenta perfectamente de esto, por eso se va. ¿No comprende que sería incapaz de dañarlo?
Son ahora las 4:04 de la mañana. Mi gata ronronea envuelta en calor. Una niñita me acariciaba dulcemente, me besaba en la mejilla, y me hacía sonreír. Debo entregarme a la rutina. Tendría que leer, escribir, pintar y hacer yoga como antes. Ahora que la tristeza se hace carne en mí, no puedo dejarme caer tan bajo. No puedo buscar a P. Finalmente, debería aceptar que no me quiere. Si me quisiera, pronunciaría las más comprensivas palabras. Hubiera estado ahí cuando necesitaba ser abrazada. P. dice que está porque yo lo quiero así, pero no, no está. En caso de estar, está ausente. Quererme lejos no es quererme. Desearme de vez en cuando no es quererme. P. no me quiere. Ahora no me importa su deseo, pues no puedo corresponderle. Ahora me importa que me sepa querer, pero no puede hacerlo. Yo tampoco sé cómo quererlo, reconozco que no lo estoy haciendo bien. Debe ser que estoy irascible y muy cansada, ya se me pasará.