Entre otras noticias, R. fue llamado por mi padre. Hace cuatro años, existe entre ellos un tema de conversación repetitivo. Por primera vez, mi padre se atrevió a afirmar que logró desapegarse de su antiguo hogar. Decía que ya nada es lo mismo, que faltan personas muy importantes, y que, para R. y para mí, nos queda grande. A R. lo escuchaba compungido, pero le daba la razón en todo momento. Respondió que se encargaría de poner nuestra casa en venta, para mudarnos posteriormente. Lloré un poco, aunque siento que es la decisión más acertada. Recordaba los escombros, los ladrillos; mi extrañeza al ver construirse una vivienda tan inmensa. Momentos familiares, momentos solitarios. La llegada de mi hermano, la partida de S. He visto a mi hermano y a mi madre salir por la puerta y no volver a entrar nunca más. Me he sentido tan sola en un espacio tan inerte. He tenido crisis muy duras, pesadillas, pánico. He sufrido mucho al ver cómo se rompía mi familia. Mis allegados me preguntaban constantemente por qué había tomado un camino diferente al de mi núcleo familiar, por qué no permanecía cerca de mis padres. Cada vez que los dejo siento un dolor insoportable, como si se estuvieran reactualizando viejas heridas, como si una fuerza maligna estuviera arrancándome y llevándome lejos. Pero la solitud tiene un precio, y a menudo conlleva mucha alegría. Estoy haciendo mi propio camino, estudiando y trabajando, relacionándome social y afectivamente. No sabría qué futuro me esperaría en otro país, aunque fuera al lado de mis padres y A. Probablemente, mi agorafobia disminuiría increíblemente.
Pensé bastante. Claro que el proceso de desapego será duro, pero estoy muy feliz. Hace tiempo dejé de sentirme dentro de mi hogar. Es curioso, no lo presentía en absoluto, pero tenía en mí una fuerza de progreso, de renovación interior y exterior, de un cambio significativo. Di algunos pasos para cuidar más de mí, hice algunas limpiezas, necesité desprenderme de cosas. Seguía esperando una transformación radical. Presiento que mi nueva casa será definitivamente mi hogar. Imagino los dormitorios, los rincones, las decoraciones. Estoy segura de que habrá más vida, y yo me encargaré de ello. Mi habitación será, como lo fue siempre, mi gran refugio. No considero que cambiará tanto, a lo sumo será un espacio más chico. Desde la mudanza de mi hermano, me siento como un alfiler en un iglú. Será todo tan lindo y tan mágico, donde sea que vivamos. El exterior también será más agradable, las calles estarán más transitadas, habrá mucha gente caminando por ahí. P. tendrá que visitarme a la esquina de mi nuevo hogar, y nuestros besos sabrán renovados, serán más apasionados que nunca. Estaré mucho más contenta de lo que he estado estos últimos años, será visible en mi rostro. Tengo muchas ideas en mente, y me muero de ganas de contárselas a A. en nuestra próxima sesión psicoanalítica. Todo el temor que sentí la semana pasada desaparecerá, o se reducirá, para dar espacio a las buenas nuevas. En fin, por ahora dejaré hasta aquí mi entusiasmo.