Estaba risueña, conversando con P. Cada palabra suya, escrita o de su boca, era un motivo para sonreír. T. piensa que no quiero besarlo porque hay alguien más. De hecho, no es el motivo principal. Es, sencillamente, que no quiero hacerlo. Y sí, en su lugar, me encantaría besar a P. Me gusta más hablar con P., quien es el receptor de todo mi afecto y deseo. T. es una figurilla a comparación de P. En caso de querer conversar y ver a alguien, desearía conversar y ver a P. No hay lugar, dentro de mis anhelos, para T.
Ah, hoy me sucedió algo extraño. Hace días convivo con un malestar en la garganta. Lo cierto es que hoy, mientras caminaba con T., empecé a sentir una picazón en la amígdala izquierda, y pronto me sentí ahogada. T. me ofreció agua, me negué pues yo tenía. Lo culpé, ya que sólo experimenté esto estando con él. Fue horrible, me sentí incómoda al menos una o dos cuadras. Me sentí avergonzada por aquello, pero por suerte, tras tomar varios tragos de agua y un caramelo de limón y mentol, estaba casi como nueva. Siento que fue una señal de mi cuerpo, además de la ansiedad persistente, de que no debo volver a ver a T. fuera del trabajo. No hubo ningún acercamiento físico entre nosotros, pero... En un momento, en chiste, dije que no quería verlo más. Tendré que seguir viéndolo semanalmente, pero únicamente en el trabajo. No me alejaré ni dejaré de hablarle de repente, pero tampoco daré el brazo a torcer (no lo abrazaré ni lo besaré, no haré nada).