Aquel hombre me toma, sorpresivamente, como captando a su presa. Yo, distraída, perseguía mariposas lilas y doradas. De repente, me vi envuelta entre sus brazos, y comprendí que no me dañaría. Sería incapaz de dispararme, no es un cazador realmente.
Yo, una presa comprensiva, me rindo ante el hombre deseoso. Sus dedos anhelaban la suavidad de mi piel, y aquí me tiene, enteramente. No estoy segura de lo que debería hacer en este momento. El hombre descansa en su satisfacción, permitiéndome acorralarlo. Mis labios, ruidosamente, pasean por sus ojos cerrados, por su frente relajada, por su boca temblorosa. Mi boca se adueña de sus hombros, de sus brazos, del dorso de sus manos. Acaricio su pecho, su abdomen, sus caderas y sus muslos.
La lengua serpenteante del hombre me hace cosquillas clitorianas. No puedo hacer más que rendirme ante él, con roces suaves, contemplando su dureza. Estoy en boca del hombre, que succiona uno a uno mis pezones, mientras se apropincua a mis porciones carnosas. Sus movimientos despaciosos me hacen suspirar entre las luces. Ahora, nuestros rostros se funden en uno solo, perfeccionado.