lunes, febrero 03, 2025

El sábado por la tarde recibí un mensaje de S. invitándome a cenar. Lo leí una hora más tarde, pero igualmente fingí no haberlo visto. Estaba tan a gusto conmigo misma, tan conectada con mis proyectos, que lo último que quería era asistir a una reunión familiar. Me quedé leyendo a oscuras y, más tarde, cociné y cené en soledad. Fue la mejor decisión que pude haber tomado, a diferencia de otros momentos de mi vida en los que temía tanto la noche que huía de mí misma. Esta vez estaba demasiado contenta, inmersa en mi bienestar.
Ayer por la mañana oí que R. había salido del hogar. Me apuré a buscar provisiones y volví a encerrarme en la habitación, agitada por los nervios. ¿Y si solo había salido por un momento? No lo sabía. Después de algunas horas silenciosas, supuse que había ido a visitar a A., y que tardaría bastante en regresar. Entonces, me relajé por completo. Cociné el almuerzo, preparé un postre y merendé. Entrada la noche, escuché que había llegado. Estaba prestando atención a otros sonidos, así que no me preocupé demasiado.
En un momento dado, noté que la casa estaba demasiado tranquila. Las luces seguían apagadas, y no se oía nada. Llegué a pensar que R. no estaba físicamente en el mismo lugar que yo. Curiosa, me pregunté qué habría pasado, y si realmente estaba sola. Al pasar por su habitación, vi que la puerta estaba entreabierta, las luces apagadas, sin ninguna señal de que él estuviera allí. Seguí de largo y me topé con dos puertas abiertas de par en par. Inmediatamente me invadió el pánico. R. nunca deja esas puertas abiertas durante la noche, ni la suya entreabierta. Su auto estaba en el garaje y, al llegar, había dejado la llave puesta en una de las puertas. 
Confundida, cerré las puertas e interpreté que R. estaba descansando. Supuse que había estado bebiendo en casa de A. y que había regresado tan alcoholizado que, a ciegas, lo único que deseaba era recostarse. Poco después, escuché a alguien bajando la escalera a los tumbos, sosteniéndose mientras odiaba aquel chirrido insoportable. Fue a tomar algo (¿agua?) y luego volvió a acostarse. De haberle visto la cara, podría afirmar si estaba ebrio, pero mi suposición sigue en pie.
La noche siguió. No tardé en recordar al anestesiado e insatisfecho P., adicto a parches como la marihuana y los videojuegos. Su imagen vino a mí mientras leía sobre el eneatipo 7. Finalmente, decidí ir a dormir sin haber cenado. Soñé con él. Decía que, después de estar conmigo, se acostaba con cualquier mujer. Tan promiscuo e inmaduro como siempre.
Desperté incómoda. Recibí un mensaje de A. y, a ciegas, le contesté: "Es muy temprano, P." A. se ofendió y me respondió que, si lo volvía a "descalificar" de esa manera, no me escribiría nunca más. Así empezó el día de hoy.