Nos reencontramos en la entrada de un supermercado, ambos de pie, aunque conservando cierta distancia física. P. decía que su auto se manejaba para atrás, como si intentara explicar su alejamiento. Yo reía con una vendedora, como si lo estuviera cargando por sus dichos, mostrándome feliz por saber algo de él.
Todo fue un sueño efímero, apenas quince minutos por la mañana. Hoy se cumplen tres semanas desde que decidió tomar distancia. Abrí una red social, pero no, no está ahí. No me escribió, ni me pidió disculpas, ni se mostró arrepentido por su comportamiento. Nada. Se olvidó de mí.
Emocionada y con piel de gallina, canto el estribillo de Por tu silencio lloro de Yerai Cortés. Yerai cumple años el mismo día que P., y lo descubrí este fin de semana gracias a otro hallazgo: una radio española. En un episodio reciente, uno de los jóvenes comentaba que había estado enganchado a una serie, viéndose cuarenta capítulos seguidos. P. es fanático de esa serie, lo que me hizo sentir una conexión simbólica con él.
El fin de semana... El viernes, a las tres y pico de la madrugada, me dirigí hacia la cocina. Sorteé obstáculos, como cada día, en medio de la oscuridad. Al encender la luz y encontrarme cara a cara con el desorden y la acumulación de objetos de R., me abrumé. Sentí un fuerte dolor en el pecho y empecé a llorar intensamente. Me senté en la cocina, con la mano izquierda oprimiéndome cerca del corazón, observando la realidad hostil de casa. Me sentía en medio de un ataque ansioso, hasta que comencé a respirar profundamente, calmándome a mí misma.
El sábado estuve leyendo sobre la sensibilización o debilitamiento y la terapia de exposición en relación con la agorafobia, además de las rumiaciones obsesivas y los temores hipocondríacos. Pensé que tal vez el calor estaba empeorando los síntomas: sensación de opresión en el pecho, dificultad para respirar, evitación del objeto temido. Me di cuenta de un ciclo repetitivo en el que me siento muy dispersa y me cuesta enfocarme en una sola cosa.
También comencé a preocuparme por el hecho de empezar a salir de casa debido al trabajo. El sábado volví a tener otro momento sensible, hasta que tomé mi cuaderno de autocompasión y sanación y comencé a escribir estrategias para enfrentarme, más bien, exponerme al miedo. Pensé en iniciar paralelamente una terapia cognitivo-conductual. Mañana podré desplegar mis estrategias ante A. Una conclusión: la evitación solo me conducirá al empeoramiento.
Ayer, sintiendo en la cara el aire fresco que entraba por la ventana, observé el mundo exterior. Las copas de los árboles y la distancia entre ellas formaban rostros. El cielo, inexpresivo. Pensaba en mi anterior conclusión, atemorizada. Un perro en una terraza lejana, una hinchazón visible en su hocico. Respiraba agitado, con la boca abierta. Yo teorizaba sobre si lo habrían golpeado o si tendría un absceso. El perro me descubrió llorando, porque pensé que moriría, que el perro y yo moriríamos. El perro se fue, y yo me alejé de la ventana, refugiándome en la negrura.