Recuerdo que hace un año dijo que era malo. Tuvo un estallido de ira ante la posibilidad de volver a ser padre. Le gritó dos veces a su hijo y confesó que había pensado en tener un accidente de auto. Me amenazó, entre risas, con suicidarse ahorcándose en la esquina de mi casa. Lo dijo minimizando la gravedad de sus palabras, como una forma de control y manipulación. Ni hablar de cuando me insultó en un momento tan íntimo, agrediéndome verbalmente y mostrando su desprecio hacia mí.
Me deshice del regalo que le daría y de todo lo relacionado con su banda. Esto último, probablemente, a raíz de la conversación que mantuve con A. Me di cuenta de una coincidencia: nos conocimos personalmente un 11 de junio y, exactamente dos años después, nos encontrábamos en su auto, entre pruebas de embarazo. Ese día me abrazó, pidiéndome perdón por su estallido de ira, diciéndome que era su peor miedo. Habrá sido la única vez que me pidió perdón por algo. Nunca se hizo cargo de que me había insultado.