lunes, marzo 03, 2025

Es lunes. Han pasado seis semanas desde la última vez que hablé con P.
Le escribí un mensaje hace dieciocho horas. Supongo que aún no habrá visto mi solicitud. La incertidumbre y la falta de control sobre cuándo me leerá me hacen llorar. Empiezo a sentirme intranquila.
Horas antes de escribirle, eliminé mi conversación con R. Finalmente acepté que no respondería mi pregunta. Al menos, no directamente. Creí que ya no tenían contacto, pero pasaron la madrugada juntos jugando videojuegos. Una imagen: P. de espaldas.
Temo que P. no encuentre mi mensaje, que no lo lea jamás.
Me asalta la angustia de este amor que no se apaga.
Quizá soy un papel en el fondo de un cajón.
Quizá soy olvido.
Quizá nada.
Quizá el brillo de las lágrimas en mis dedos.
Es lunes, tres de marzo. Llovizna, y las gotas caen directo a mi ventana. Aves que no se dirigen hacia ningún lado. 
La ausencia de P. me estruja fuerte.
O son doce horas de vacío apuñalándome.
¿Y qué puedo hacer? Nada.
Hundirme en los recuerdos.
¿Por qué mis ojos desbordan espinas?
¿Por qué este lunes duele especialmente?
¿Y si él nunca se entera de lo que quiero decirle?
¿Y si recibe mi mensaje?
¿Y si me ignora? 
¿Si desaparece?
¿Si contesta?
¿Si vuelvo a escuchar su voz?
¿Si dice que me recuerda?
¿Si me olvidó?
¿Si me sepulta?
¿Seré tan insignificante?
Me derrumbo.