Soñé que P. compartía su vida en línea: salidas nocturnas, fotos con su hijo, un video tocando la guitarra y cantando canciones de Joaquín Sabina con R. Ambos me hacían sentir ridiculizada y humillada. P. vivía su vida felizmente mientras yo, aún pendiente de él, seguía deseándolo a pesar de lo problemático que era.
Pensé obsesivamente en ciertas cuestiones.
Por un lado, las señales de alerta. Encabezando la lista, el momento en que P. me insultó en una situación de intimidad, sumado a su trato despectivo. Sus faltas de respeto y consideración: no me escuchaba, no valoraba ni apreciaba mi afecto, era indiferente porque solo le importaba a sí mismo. Me criticaba y me hacía sentir insignificante.
Su falta de compromiso y responsabilidad estaba ligada a la ausencia de comunicación. Su abandono y abuso emocional me atrapaban en ciclos de reconciliación y rechazo. Me ignoraba durante horas mientras yo sufría. No satisfacía mis necesidades físicas ni emocionales por su falta de intimidad.
Existían claras diferencias entre nosotros. No me gustaban ni me atraían sus intereses o cuestiones personales. Veía que no había evolucionado en su carrera, su trabajo ni su música. No valoraba la responsabilidad ni el compromiso, no se preocupaba por su salud física ni mental. No trabajaba en sí mismo: era el rey de la evasión, incapaz de enfrentar sus miedos. No manejaba sus emociones de manera saludable.
Le faltaba introspección. No sabía estar a solas consigo mismo ni tenía una buena comprensión de sí. No era capaz de tener conversaciones significativas. Su trato hacia los demás y su descripción de sí mismo dejaban mucho que desear. No se abría emocionalmente, no compartía sus sentimientos ni pensamientos. No reconocía sus errores ni pedía disculpas.
No éramos compatibles ni emocional ni intelectualmente.
No había un verdadero intercambio.
Entonces, ¿qué fue lo que me atrajo?