Al mirar hacia el pasillo, me topé con el piso desordenado: una escultura pesada y un armario, ambos derrumbados. De pronto, comencé a sentir que estaba masticando carne, enormes pedazos de carne cruda. Frente al espejo, con ambas manos, abría mi boca e intentaba arrancármelos, pero cada vez tenía más carne, quizá mi propia carne creciente. Me estaba masticando a mí misma, casi ahogándome en mi desesperación de hablar con P. En mi autoagresión, en pleno acto de desintegración, escupía gotas de sangre.
Nota agregada
Son las 3 a.m. Un hombre repite ante la policía que no hizo nada. Está drogado y, según sus dichos, le sangra la cara. ¿A causa de los golpes? Silencio tras los ruidos de motor. Mis ojos, lejos de las rendijas de la ventana.
Desperté hace una hora. Empecé a sentir que el peligro no estaba solo en mi mente, que esta vez era real. Debía huir lo más lejos posible. El hombre pasará la noche en la comisaría. ¿Y yo? ¿Qué haré? Oigo ronroneos en el silencio nuevo.
¡Qué lejos me siento de Pizarnik! Hace tiempo me hubiera sumido en la negrura de mis trazos azulados. Estaría duelando un amor imposible de ser vivido, una película que no concluye.