Salí y caminé durante casi tres horas. Me escapé de un hombre mayor que me perseguía en una plaza de árboles con enormes raíces y hojas por doquier. Me sentí observada por personas casi tan inmersas en su soledad como yo. Crucé el Puente de las Américas, me perdí y me encontré luego de un profundo desencuentro. Sentí temor, extrañeza y dolor al observar mi desnudez. Deseaba llorar y rendirme ante las miradas.
En la plaza, leí "En esta noche, en este mundo" de A. Pizarnik. Oí las voces lejanas de unos niños, miré por unos pocos segundos a una pareja adolescente y me detuve vergonzosa en un muchacho. De pronto, un perro paseado por un hombre se detuvo en mi banco. No levanté la vista, apenas miré una silueta peluda. Tras largos minutos, el perro se detuvo nuevamente en mis piernas, el hombre dijo: no seas pesado, deja a la chica en paz. Lo miré a los ojos y sonreí tímidamente, luego se fue. Pasada una hora, haciéndose las siete de la tarde, el muchacho lejano desapareció como por arte de magia, en apenas unos segundos. Hoy no he podido conectar con ningún ser, pues en mi interior sé que es momento de afrontarme. El muchacho volvió a su banco, pero pronto se marchó. Parecía venir a mi encuentro, pero se desvió ante mi nerviosismo imperceptible. Quizá no necesite hablar con nadie más que conmigo, y aplazar esa conversación por la aparición de otros me hace sentir que seduzco a la nada. Me fui, antes de que el viento siguiera quemándome.
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No es un verbo sino un vértigo. No indica acción. No quiere decir ir al encuentro de alguien sino yacer porque alguien no viene.
PIZARNIK