Sufro al recordar las palabras de P. Caen gotas desde el cielo, lágrimas ruedan por mis mejillas hasta la palma de mi mano. Mi cuerpo se mueve nervioso en la cama. La imagen de P. con otra mujer vuelve a anularme por completo. Me ha descrito como "muy joven, inteligente, graciosa, hermosa", y sin embargo me siento insuficiente e insignificante para él. Nuevamente le fallo a mi psicoanalista al no recurrir a su voz debido a mi insomnio e inapetencia. Todo ha muerto, este es el fin. Mi pierna tiembla ansiosa al ritmo de la lluvia. Un vacío inmenso en mi interior, una certeza: todo es culpa de mi fantasía eterna. Deseo aniquilar al hombre que vive en mí, desterrar su recuerdo, olvidar que lo amo.
A.: no estoy bien. No puedo dormir. Estoy llorando. Necesito ayuda.
P., un ser falocentrista, limitado, carente de fantasías, poco interesante. Un hombre común que no tiene amor para dar. Un hombre puramente sexual. Descreimiento de su afecto. Un producto de mi perfeccionismo.
Las horas pasan y el frío de la madrugada se cuela por mis hombros. Deseo fumar o beber alcohol, arruinarme de alguna manera. Recuerdo una palabra mencionada por A. el lunes pasado, "pareja". Negación, P. no puede cambiar. "¿Por qué?", me preguntó. Porque no, es imposible. Si no me alejo seguiré sufriendo.
Sueños efímeros, en uno de ellos sostenía entre mis brazos a un bebé que dormía plácidamente. Páginas escritas de mi puño y letra, despidiéndome de un hombre irreal. Deseos de alimentarme, de descansar (no fenecer) y cuidarme. Desayuno mientras Sabina y Serrat cantan "Y sin embargo". Intento sonreír y evitar recordarlo.
El agua caliente quemando mi espalda me hizo sentir que no era aquella una manera de describir mi dolor. Mi respiración es pausada, mi cuerpo se entrega al agotamiento; experimento una comodidad que no sentía hace tiempo. Oigo la música atrapante de una película que culmina, inmersa en ese final invisible. Imagino un cine oscuro, vacío, solitario. Me imagino allí.
Almuerzo recordando situaciones en las que me he aferrado a amoríos y cuyos desapegos me han hecho sentir triste y moribunda. Hace poco más de tres años me autolesioné por última vez, debido al alejamiento de N. Lo he hecho anteriormente por un amor que solo ocurrió en mi mente, pero todo comenzó hace doce años, por H. Esa experiencia, probablemente, haya marcado el inicio de mi dependencia emocional.
Salida inesperada al exterior húmedo, aún no ha venido la noche. Mi rostro se enfría instantáneamente. "No soltamos el puñal porque amamos la herida" (E. Dickinson). Ceno con lentitud, mientras una escena funeraria me inunda de un profundo temor. Imagino cómo reaccionaría mi entorno a mi temprana partida. Nada que perder, nada que soñar. Recuerdo la historia de una mujer que, a la edad de treinta años, se arrojó a las vías del tren. Fue su madre quien, hace algunos años, me hizo llegar una profunda conmoción.