domingo, marzo 31, 2024

Horas eternas de inanición y sueños partidos. Jugaba en la calle. Escribí en una pared el nombre de G., quizás mi primer amor. Era consciente de mi pésimo estado físico al correr; mi cuerpo infantil se sentía pesado. Luego, alguien intentaba acercarme a un varón, y yo me alejaba de éste como si fuera un monstruo.
Aproveché la oscuridad de la noche para llorar profusamente. Asocié el regalo que le hice a P. con un cuaderno escolar, repleto de mis producciones. Un cuaderno para que mis padres me vieran con ternura. Cartas amorosas hacia ellos, dibujos de sus rostros. Una vez más anhelaba ser una niña buena, esta vez con ÉL. De ahí mi regresión onírica.
Vi Kamchatka pensando que lloraría con la escena final. El menor de los dos hermanos del filme se ganó mi corazón con toda su ternura. Reposo en la cama, acariciando a mi gata. Escapo de la humareda y del dedo índice que toca el timbre. Las voces y risas despiertan mi ira, haciéndome dar cuenta de cuánto necesito estar sola. Miento. Ojalá pudiera escuchar la voz de un hombre. Ojalá ese hombre fuera P.