martes, enero 28, 2025

A. me preguntó si tengo citas o si paso el día llorando. "Tengo dudas", me confesó. Quise huir de su interrogatorio, pero insistió en que estaba intentando tener una conversación seria conmigo, que no la arruinara. Supuso que conocer gente, sin compromiso, me ayudaría a liberarme. Me dio una idea: seducir a alguien, sin que esa persona me atraiga, para ver si eso me ayudaba a superar a P.
A. se me insinuó y me llamó "mi princesa". ¿Creía que me estaba haciendo un favor? Soy inocente, eso es todo.
03:00 a.m.: Sangro. ¿Por qué P. no me preguntó qué sentía ante la posibilidad de haberme dejado encinta? ¿Por qué había decidido por mí que no tendría un bebé? ¿Y si ahora estuviera desvelada alimentando o cambiando a ese bebé? Sola, por supuesto.

Mi psicoanalista me felicitó por la hermosa sesión que compartimos hoy. Me dijo que vamos bien. Le mostré dos dibujos que hice el fin de semana, aunque le aclaré, de antemano, que ni siquiera dibujo monigotes.
De mi primera representación, resaltó las palabras que incluí. Por un lado, P.: su figura humana completa, rodeado de corazones, una cara sonriente gigante a su lado y un nudo considerable en su pecho. Por otro lado, yo, a un costado: solo mi rostro, tras las rejas. Mi mirada desorbitada, una línea curva que parece mi boca llorosa, seis lágrimas rodando por mis mejillas. Catorce lágrimas a mi alrededor, un corazón partido, una cara triste, un ojo, una pierna, un brazo, una mano y un dedo.
¡Ah, sí, las palabras! Las palabras: deseada, mirada, querida, feliz, segura, tranquila, cercana, íntima, atraída, abrazada, contenida, besada, tocada, fusionada. Y también otras palabras: abandonada, ignorada, rechazada, maltratada, desvalorizada, enojada, despreciada, herida, triste, desilusionada, frustrada, insegura, desconectada, incomprendida, descuidada, inestable, insatisfecha, silenciada, insignificante.
Yo, encarcelada y desintegrada. Ya me había adelantado a las hipótesis de A., pues tengo conocimientos al respecto, pero... ¿acaso no era una obviedad? 
Es la primera vez que A. ve un dibujo hecho por mí. Ni siquiera tuvo que pedírmelo; sentí la necesidad de representar lo que pensaba y sentía, y de compartírselo. Además, hice otro dibujo, que abarca toda mi realidad, para considerarla a pesar de mi dolor. Trabajamos a partir de ambos. De nuevo, yo, alguien que no dibuja en absoluto. La última vez que dibujé fue hace casi un año, en el proyecto C. que hice para P. No sé, esto fue algo que me nació. Creo que se me da bastante bien; estoy orgullosa de ambas producciones. Mi dibujo libre es bellísimo y muy colorido. Parece que no tiene conexión alguna con la figura encarcelada y desintegrada, pero lo increíble es que la tiene. También se trata de mí.
Fin: una sonrisa de oreja a oreja, compartida con mi psicoanalista. Compartí recuerdos familiares felices y conversé acerca de un sueño mío. A comparación de la semana pasada, siento que soy otra persona. Solo soy yo misma: mi figura humana completa, mi rostro feliz. 
P. está en el margen de la hoja, en la esquina superior derecha. P. está, contra todo pronóstico, en una esquina que puedo quebrar con los dedos. En una esquina. P. está en una esquina, y sin embargo no está en esa esquina. Está enterrado vivo, y saca sus dedos podridos de la tierra sucia y negra para acariciar mi rostro limpio y blanco. Está ahí, pidiéndome que no lo olvide, que lo visite con flores en las manos. 
P. está muerto. P. se suicidó. P. chocó contra un poste de luz, y lo mató el calor que emanaba del motor de su auto, su cuerpo asfixiado. Su frente sangra, su cara irreconocible. P. ya no es aquel P. 
P. es un viento suave, una estela, una nube de polvo en el cielo. No es nadie. Dios ha muerto. Y sin embargo, existe. Su existencia se justifica por el solo hecho de ser nombrado, de ser pensado, de ser amado.