lunes, enero 06, 2025

R. era una vieja chillona y amargada. Era una antítesis de mi tierna inocencia. Borraba mis caminos de tiza, cruelmente. R. era por demás ermitaña, metida en una cueva polvorienta. Adoraba acumular porquerías en su rancho sucio. Después de muerta, le hallaron unas sábanas intactas que jamás usó. R. era miserable. Su casita inmunda se caía a pedazos, olía a una mezcla de humedad y sopa. ¡Cuántas noches habrá pasado desolada aquella pobre mujer! ¡Y cuántos días inertes! Hoy día, casi ni se la nombra. Su mirada infundía miedo. Mi figurita tan pequeñita y adorable, rodeada de amiguitos imaginarios, temblaba ante su sola presencia. ¡Ah, cuántas tardes hablándole a la nada la pobrecilla sola, solita! Años infantiles odiando a una villana me hicieron terminar desdicha. ¡Ah, pobre mujer! Pobrecita R. Mis ojos llenos de vida dulce y mis hoyuelitos tan marcados por las sonrisas solitarias. ¡Ah, qué niñita encantadoramente hermosa! Yo, la única, la inconfundible, la blandura personificada.