El insomnio crónico ya me desvelaba por las noches, aunque ahora en mayor medida. Ayer fue una copia exacta del día anterior: momentos de angustia entremezclados con intentos de distracción y autocuidado. Sin embargo, descubrí que el palpitar insoportable en mi rostro aparece cada vez que pienso en P., y esa sola idea me puso aún más nerviosa.
Es sábado, o tal vez lunes. El sol brilla. Estoy llorando frente al espejo por tercera vez en lo que va del día. Mientras tanto, R. conversa por teléfono con su peor es nada, y yo revivo la ausencia de P. Revivo su maltrato, su desprecio, su abandono.
Lo que más me duele es pensar que P. nunca se disculpe. Quería tener una conversación amable con él, incluso darle un regalo, pero decidió que la mejor manera de terminar lo nuestro era hiriéndome. ¿Estoy esperando lo imposible? ¿Espero su regreso?
Mi corazón no se resiste, sigue abierto al perdón. Mi corazón anhela una sola oportunidad de cierre para poder seguir su camino en paz. Mi corazón no soporta este dolor, que me quema viva. Mi corazón ama incondicionalmente, y pide algo tan justo como necesario.
Fui torturada sin piedad, y aun así estoy dispuesta a perdonar.
Espero... y la espera es agónica.