Ayer, domingo, estuve pendiente de las políticas públicas hasta altas horas de la madrugada.
Sentí un profundo rechazo al escuchar discursos de odio, al ver dedos acusadores y, particularmente, al registrar una falta de empatía hacia un sector muy vulnerable. Se debatía un tema sensible, una emergencia. ¿Se podía esperar algo distinto de los títeres del gobierno actual?
Recuerdo haber escrito, en algún momento, sobre los comentarios que P. hacía respecto a ciertos gobiernos, o sus "publicaciones izquierdistas". Más allá del amor o el deseo que pudiera sentir por él, le tenía un profundo respeto a sus ideas —y, de hecho, las comprendía perfectamente.
P. se enojaba frecuentemente; yo me resignaba bastante.
Lo de anoche fue apasionante.
Luego encontré, casi por arte de magia, once números de teléfono que habría agendado en el pasado. Me detuve en cada uno de ellos y anhelé que alguno fuera el de P. No iba a escribirle; solo quería ver su cara.
Quizás porque lo he nombrado, también, como un ciudadano que mira el mundo de una manera muy cercana a la mía.
Algunas veces, él también hizo referencia a mis convicciones.
Pero, finalmente, aquellos eran solo números: sin nombre, sin rostro, sin descripción.
Números vacíos.
Carentes.
Números...
Números, cuando yo ansiaba encontrar la cara del amor: el color de sus ojos, la forma de su nariz, la comisura de sus labios en una sonrisa.
Una noche insomne.
Un puente entre la memoria y la justicia.
Noticias periodísticas, mediáticas, sociales.
No podía apagar mi mente.
Entonces,
soñé con P.
Una atmósfera extraña.
Cerca de mi casa,
o hablábamos por teléfono.
Veo su cara,
siento ternura.
Siento amor
en cada recoveco
de mi mente laberíntica.
Ahora, despierta,
mis ojos se nublan:
lagrimosos.