Habrá sido a las diez de la noche cuando empecé a tararear: "la que no supe amar, no sé por qué". P., en mi mente, en una conversación pública con R., mencionando La Incondicional, de Luis Miguel. Sospecho que, en realidad, estaba asumiendo —inconscientemente— su incapacidad de amar a una mujer que lo ama. Haya sido S., A., o yo misma.
También recordé a Borges y a Cortázar. Claro que es mucho más fácil consumir amor simbólicamente que amar con la presencia y responsabilidad afectiva que eso implica. O, por lo menos, debe serlo para P.
Hubo más. Mucho más. Me ha llegado a doler la cabeza de tanto pensar y llorar hasta la madrugada.
Casi como broche de oro, volví a enviarle un mensaje a P., después de dos meses. Un mensaje mal escrito: sin mayúsculas, sin puntos, apenas algunas comas. Un renglón debajo de otro, una extensión considerable. Probablemente no haya usado las palabras adecuadas, mucho menos una buena sintaxis. ¿A quién se le ocurriría, en un mensaje romántico, hablar de bombardeo, de muerte y guerra?
Me sentiría avergonzada si lo leyera con detenimiento, con lupa, con crítica.
Podría decirse que es una declaración simbólica de amor. Una reactualización de mi afecto.
No lo pensé, no lo corregí, no estuve escribiéndolo durante horas.
Espero que P. no reprima su sensibilidad... y recuerde que sigue siendo amado, y nombrado amorosamente.