A. dice, cruelmente, que P. no está en mi vida. Me recuerda su ausencia de manera despiadada, aunque real. También me obliga a creer que no existe tal bombardeo, y que aquella realidad irreal de mi mente no condice con la realidad del aquí y ahora.
En tres días será mi cumpleaños, aunque no hablé de eso con gran entusiasmo.
Dije que me angustiaba que P. pasara días sin leerme, al borde del llanto. A. opina que no lo necesito para reafirmar mis ideales políticos, mucho menos mi trabajo con la escritura. Cree que no son casuales mis pensamientos últimamente.
Quedé con un sabor amargo de boca que me impidió escribir. Además, una pregunta suya —también al final— quedó flotando, alegando que tendría dos semanas para pensar en eso. ¿Qué se supone que debería responder cuando A. vuelva de su retiro mental? ¿Se acordará? ¿Seguiré teniendo estos pensamientos tortuosos? En fin...
Supongo que P. aparece compulsivamente y luego se retira durante días, olvidándome o reprimiéndome. ¿Hasta cuándo voy a seguir sosteniendo esta farsa, este deseo invivible de una presencia ausente? Ufff... (resoplo).
Decidí refugiarme en la escritura académica, bastante menos insoportable que esta.
Volví a escuchar Callejeros, a raíz de haber sentido algunas canciones de García: Los Dinosaurios, Ojos de Video Tape...
Me recordé siendo tan feliz gracias a la música, reconectándome con letras que solía llevar como banderas en mi corazón. Hablé de mí antes de P., a través de otro lenguaje. No fueron tantos minutos, pero fue una reconexión plausible.
Ya pasaron cinco días de mi mensaje a P.
Intuyo lo que puede estar pensando en relación al contexto político actual. Supongo que debe estar enojado, atravesado, a la defensiva, con la mirada perdida.
Me volcaré al mundo del entretenimiento como una puerta de salida posible.
Hay momentos en los que no sé qué pensar.
Debería ver películas.
Qué se puede hacer, salvo ver películas.