Llueve a cántaros, el cielo blanquecino se desploma sobre mí. Lloro al compás de truenos y relámpagos. Hoy la sensibilidad me embarga; una pena densa me oprime el pecho. Me siento como ese árbol, desdibujado y marchito. Un jueves desteñido este. La solitud, aunque cómoda bajo la cama, no siempre basta; a veces, se necesita acariciar fuegos tangibles. Desde una silla pálida y fúnebre, contemplo las sábanas negras, impecablemente estiradas. Me envuelvo en un luto helado.