Sábado: ÉL me escribía un mensaje. "Te quiero", decía. Yo sonreía. Claro que se trataba de un sueño.
Son las dos y cuarto de la mañana. Pasé horas discutiendo con P., me puse muy nerviosa. "No te deseo más", palabras suyas que son puñales. Estoy tan angustiada que no hago más que llorar. Me duele la cabeza, esto me preocupa hace semanas. De pronto, me siento exhausta.
Después de mucho, mucho tiempo, me escribió J. (un gran, gran amigo). Dijo que me había extrañado y, posteriormente, que todo estaría bien.
En un momento, R. se acercó a la puerta del baño. Me preguntó si me sentía bien. Yo estaba sentada en el piso, leyendo los filos de P.
Necesito hablar con A. el lunes. No sé de qué me servirán sus respuestas, pero podré desahogarme con ella. ¿Será este el último capítulo? ¿Me dirá que me aleje de él?
Me enoja que P. no haya podido decir algo con ternura. ¿De qué me quejo si soy yo quien siempre pronuncia su sentir? Raro sería que se manifestara cariñoso, deseoso de mí. Nada que agradecerme, nada que valorarme. ¿Y lloro por él? ¿Por qué?
En fin, pronto serán las tres. Como siempre, le dediqué demasiado tiempo al dolor. No éramos tan distintos después de todo.
¿Y ahora, qué? Tal vez mirar el techo. Tal vez seguir llorando. Tal vez dormir. Tal vez algo que se parezca a vivir. Tal vez nada.