domingo, agosto 11, 2024

Desperté antes de las cuatro de la mañana. Un hombre desconocido me decía que tenía mis miedos bajo control. Luego, una situación confusa con S., y J. despidiéndose de mí. Corrí la noche oscura de mis sueños, una vez más.
A las siete de la mañana, mis ojos reflejaban irascibilidad. Volví a la cama, y esta vez, era P. quien se despedía de mí. Fue un sueño triste; me decía que no quería verme más. Lo recuerdo y lloro. Decía que se mudaría con su hijo y que se dedicaría a leer. Yo lo cuestionaba extrañamente, escribiéndole un párrafo en catalán, pero finalmente lo borraba antes de enviarlo. Al menos en mis sueños, conservo la dignidad.
Solo deseaba tres cosas: que R. guardara silencio, que P. jugara conmigo al juego de la seducción, y tener un almuerzo familiar junto a S., A., A., y A. Nada de esto sucedió. Fue un día para el olvido, en el que, nuevamente, ganó mi cansancio. 
Otra buena teoría de A.: lleno los huecos ausentes con una energía angustiosa que no quiere soltarme. No puedo estar bien, simplemente. No puedo disfrutar del hombre que tanto deseé; lo amo un día y lo odio cuando no está conmigo. Nada más esperaba un encuentro pasional con ÉL, creí durante meses que nos quedaba pendiente. Tuvimos algunos momentos más, inesperados. ¿Por qué quiero arruinarlo? ¿Acaso no merezco toda su ternura? ¿Por qué nunca triunfan nuestras caricias? Porque en el fondo, somos iguales. Él también me quiere un día, y al siguiente, se harta de mí. Es imposible entretenerlo, endulzarlo, erotizarlo. Cuando no estamos juntos, abundan los problemas, los malentendidos, las equivocaciones. Nos desgastamos mutuamente. Culparé a nuestras personalidades, o quizá a la diferencia de edad. En fin, el deseo termina por unirnos siempre.